Julio estaba escuchando en una charla el concepto de neuroplasticidad. Se quedaba asombrado por las cualidades que el orador estaba comentando en su presentación.
Decía que los pensamientos eran capaces de cambiar el funcionamiento del cerebro. Los pensamientos influían sobre él. Utilizaba un símil fácil de captar. Todos sabemos distinguir entre el hardware y el software. El hardware es el elemento físico. El software, el programa que hace funcionar la parte física con las órdenes programadas.
El cerebro es el hardware y los pensamientos son el software. La neuroplasticidad indicaba que el software es capaz de moldear el hardware, el componente físico.
Julio no dejaba de maravillarse de la influencia de los pensamientos. Esa influencia no se extendía a los demás. Su repercusión modelaba su propio cerebro.
Empezaba a darse cuenta del poder que tenemos en nuestros cerebros. El poder que tenemos en nuestras reflexiones y en las ideas que albergamos. Un pozo sin fondo en nuestras manos.
Se maravillaba. Se asombraba. Era genial. Era estupendo. Ante nosotros teníamos una infinita posibilidad de crecimiento. Julio no sabía qué pensar. Nunca le había dado tal trascendencia a sus propios pensamientos.
Sin darse cuenta siempre había buscado el poder en el exterior. Una acción exterior podría darle su plenitud. Muchos años había navegado en esos mares. Pero, esa tarde se daba cuenta que lo más profundo y hermoso se encontraba en su interior y en la valoración que hacía de sí mismo.
No dejaba de admirar al ser humano. No dejaba de sorprenderse del poder de la mente, del poder del espíritu, del poder de sus pensamientos. Veía en ellos el poder de creación. Los pensamientos [software] moldeando su parte física [hardware].
Una nueva serie de conexiones, de redes, se formaban con la influencia de las nuevas ideas. Había oído tantas veces que somos cocreadores con Dios que en esos momentos veía, de una forma tangible, ese poder creador en marcha.
Julio veía, en esos planteamientos, posibilidades infinitas. Una grandeza total por la capacidad albergada por el cerebro y sus ramificaciones nerviosas comunicativas.
Esto se conjugaba con la lectura que tenía delante:
“La grandeza es de Dios y sólo de Él”.
“Por lo tanto se encuentra en ti”.
“Siempre que te vuelves consciente de ella, por vagamente que sea, abandonas al ego automáticamente, ya que en presencia de la grandeza de Dios la insignificancia del ego resulta perfectamente evidente”.
“Cuando esto ocurre, el ego cree – a pesar de que no lo entiende – que “su enemigo” lo ha atacado, e intenta ofrecerte regalos para inducirte a que vuelvas a ponerte bajo su “protección””.
“El autoengrandecimiento es la única ofrenda que puede hacer”.
“La grandiosidad del ego es la alternativa que él ofrece a la grandeza de Dios”.
“El propósito de la grandiosidad es siempre encubrir la desesperación”.
“No hay esperanza de que pueda hacerlo porque no es real”.
“Es un intento de contrarrestar tu sensación de pequeñez, basado en la creencia de que la pequeñez es real”.
Julio lo estaba teniendo claro. Esa pequeñez que en muchos momentos de su vida lo había atenazado, lo había desvalorizado, no tenía frente a la neuroplasticidad y a la grandeza de Dios ninguna razón de ser. No tenía ninguna realidad. El hombre podría sentirse de muchas maneras. Pero, nunca era real su pequeñez.
Su corazón latía. Sus pulmones se ensanchaban. La grandeza de Dios estaba en cada un@ de Sus Hij@s. Su pensamiento iba desde la neuroplasticidad a la grandeza divina. Y su cuerpo se lo agradecía. Todas las células vibraban contentas.
Julio se seguía sorprendiendo. Julio aceptaba la verdad. No lo dudaba. Se encontraba en esos momentos donde dos caminos se presentaban ante él. Y en esos momentos no tenía ninguna duda. Tenía el firme convencimiento de su razón, de su experiencia, de su vida y de la eterna bondad.
Julio daba gracias a los cielos. Daba gracias a la investigación. A esos científicos que habían descubierto la neuroplasticidad y a esas afirmaciones de la grandeza de Dios llenando todos los huecos vacíos de su personalidad.
La sonrisa en su cara, el gozo en su mirada, impulsaban nueva sangre y nueva alegría en su corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario