Julio estaba adentrándose en la bioneuroemoción. Leía y releía la definición: la Bioneuroemoción es un método de consulta humanista que estudia el impacto de las emociones en nuestro cuerpo y el funcionamiento de nuestro inconsciente.
Recordaba que ya los antiguos exponían que el corazón alegre es buena medicina, pero el espíritu triste seca los huesos. En esta línea le habían impactado los descubrimientos de la medicina.
Se ha demostrado que una actitud de tristeza produce en el cerebro glutamato y cortisol. Estas hormonas destruyen neuronas. Mientras la alegría genera dopamina y serotonina. Hormonas muy beneficiosas.
La idea de separar la mente del cuerpo ha sido el campo de la medicina en todo su desarrollo. Un amigo de Julio refería que en una visita a un médico que le llevaba el control de la tensión, le preguntó las causas de la tensión alta.
El médico, con mucha claridad, le expuso que ese no era el campo de la medicina. Como médico sabía tratarla para que no fuera nociva para el cuerpo. Las causas no estaban en el dominio de su área.
Sin embargo, hay otros médicos especialistas que tratan de unir la mente con el cuerpo en el tratamiento y consideración de algunos trastornos. Julio veía en la bioneuroemoción una visión holística, completa del ser humano.
Todos tenemos asociados que ciertas alteraciones del estómago están relacionadas con disgustos, reveses y emociones frustrantes. La emoción repercute en el cuerpo y lo altera.
Julio se analizaba a sí mismo. Su seguridad radicaba en el control de todas las incidencias que llegaban a su vida. Cuando una de ellas escapaba de su control, le producía una sensación de miedo interno, de desasosiego y alteraba su organismo.
Notaba molestias en su estómago, en sus intestinos, en su intranquilidad, en la alteración del sueño. Una reacción que había aprendido en sus tiernos años de niño. Tenía que restablecer el control para dejar de sentir ese miedo que le atenazaba y que le perturbaba.
Aparentemente nadie notaba nada. La procesión iba por dentro. Julio se repetía que todo tendría una salida. Se repetía a sí mismo que debería estar tranquilo y no preocuparse.
Pero, su mente, acostumbrada al control, no lo aceptaba. Julio se sentía vendido por sus pensamientos. Le daba mil vueltas. Discutía con él mismo. No encontraba la solución.
Muchas veces se había dado cuenta de que no servía de nada sentir esa desazón. Él era un hombre capaz de resolver los asuntos. Y todo, en esta vida, tiene su solución. Se aferraba a esta idea cuando el miedo le atenazaba.
Julio, al relacionar las emociones negativas con la alteración del organismo, llegaba a la conclusión de que era una falta de confianza en él mismo. Y si desconfiaba de sí mismo, desconfiaba del poder de la grandeza divina y hacía evidente, una vez más, la pequeñez.
Julio se sorprendía cómo estaba entretejida, en sus mínimas reacciones, esta sensación de la pequeñez. Era un hombre osado, atrevido, luchador y había conseguido muchas cosas en la vida.
Pero, se daba cuenta de que en ciertos momentos, esta experiencia aprendida, en su infancia, de la pequeñez, todavía estaba en el fondo de su ser. Por ello, le hacía tanto bien repasar, releer y descubrir el pensamiento equivocado que provocaba tal situación.
“Tu valía se encuentra en la Mente de Dios y, por consiguiente, no sólo en la tuya”.
“Aceptarte a ti mismo tal como Dios te creó no puede ser arrogancia porque es la negación de la arrogancia”.
“Aceptar tu pequeñez es arrogancia porque significa que crees que tu evaluación de ti mismo es más acertada que la de Dios”.
“Si la verdad es indivisible, tu evaluación de ti mismo tiene que ser la misma que la de Dios”.
“Tú no estableciste tu valía, ésta no necesita defensa”.
Julio iba desmontando en su interior esos pensamientos erróneos. Iba rompiendo la estructura que había edificado durante años. No hay control que pueda resolverlo todo. Siempre hay algo que escapa a ese control.
Julio descubría que no se trataba de dirigirlo todo. Su posición cambiaba al aceptar que en cada momento era una persona creativa. Era una valía divina por creación. Y con esa valía por derecho de todo ser humano, se sentía capaz de resolver toda incidencia que pusiera en duda sus cimientos.
Julio releía la cita: “tu valía se encuentra en la Mente de Dios y, por consiguiente, no sólo en la tuya”. Con esa compañía, con esa verdad, con esa comprensión de su esencia, Julio encontraba otra falla superada en la estructura de su ser.
Se sentía feliz. Se sentía contento. Se sentía como un crío que descubre por primera vez el mar. Se enamora de su amplitud, de su belleza y del hermoso color de esas amorosas olas que se acercan a sus pies.
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