sábado, mayo 14

AMPLITUD, AMOR, ORACION

“Si quieres tener la certeza de que tus oraciones son contestadas, nunca dudes de un Hijo de Dios”. 

“No pongas en duda su palabra ni lo confundas, pues la fe que tienes en él es la fe que tienes en ti mismo”. 

“Si quieres conocer a Dios y Su Respuesta, cree en mí cuya fe en ti es inquebrantable”. 

“¿Cómo ibas a poder pedirle algo al Espíritu Santo sinceramente, y al mismo tiempo dudar de tu herman@?”. 

“Cree en la veracidad de sus palabras por razón de la verdad que mora en él”. 

“Te unirás a la verdad en él, y sus palabras serán verdaderas”. 

“Al oírlo a él, me oirás a mí”. 

“Escuchar la verdad es la única manera de poder oírla ahora y de finalmente conocerla”. 

Sergio no se creía lo que estaba leyendo. Él le estaba orando a Dios. Estaba hablando con Dios. Tenía una conversación fluida y sincera. Sin embargo, Su respuesta le llegaba a través de su herman@. 

Nunca le habían hablado de esto. Siempre había considerado a Dios como una relación personal entre los dos. Ahora veía que su relación con Dios abarcaba a tod@s sus herman@s. 

Era una forma de entender la unicidad que había leído en algún que otro autor cuando se refería a la divinidad. Era como el conjunto de lo único que comprendía a Dios y a tod@s sus hij@s. 

Empezaba a comprender ciertos silencios de Dios en su vida. No había estado atento a recibir la respuesta divina en boca de sus herman@s. No lo había considerado. No lo había valorado. 

Había tenido con su Dios algunos desencuentros. Los mismos que había tenido con algunos de sus amig@s. Siempre los había separado. Podía tener desencuentros con Dios, pero al final, todo quedaba aclarado. 

No pasaba lo mismo con los desencuentros con sus amig@s. No todos quedaban aclarados. Entonces, se decía, tener asuntos pendientes con otr@s, implicaba tener asuntos pendientes con Dios. 

Esa separación caía ahora por los suelos. Sergio pensaba que no le había dado importancia a ciertas personas de su entorno. Las había catalogado. Las había clasificado. Pero se había olvidado que todas ellas tenían el sello divino en su interior. 

No podía separarlas. No podía clasificarlas, alejarse, olvidarlas y vivir como si no existieran. Al menos se merecían su respeto y su admiración. Al menos tenían la llama divina como la tenía él de su Creador. 

La oración ahora era otra cosa. No era una relación entre Sergio y Dios como ente único. Era entre Sergio y Dios como colectividad de tod@s Sus Hij@s. Menospreciar a un@ de Sus Hij@s era menospreciar a Dios. 

¿Cómo podía presentarse en una conversación privada sin tener presente que su relación con los demás definía su relación con Dios. Sergio se maravillaba. Lo entendía. Lo comprendía. Pero nunca lo había considerado. 

A partir de entonces, el trato con los demás le darían la pauta de su trato con Dios. Desde el aprecio, el respeto, la admiración y la comprensión, trataría a l@s otr@s como a su Dios. 

Así Sergio comprendió que Dios era amor, amplitud, naturalidad en nuestras relaciones y realidad en nuestras interacciones. Cada persona era una llama encendida de Su Corazón.

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