Sergio estaba sorprendido. Había encontrado una definición de “expiación” distinta a lo que había oído en sus años de aprendizaje. Y, sin embargo, tenía que admitir que era cierta. Estaba atinada en sus planteamientos.
Hay palabras que a lo largo de la historia se cargan de connotaciones distorsionantes que impiden saber lo que originariamente querían decir. La palabra pecado ha contraído una carga tan negativa que cuesta utilizarla sin atormentar a cualquier mente sensible en su experiencia.
La palabra pecado viene a significar la idea de que no se está en la dirección oportuna y centrada. La idea en hebreo es = una flecha que no da en su blanco. Algo que no está atinado. De ahí que se sugiera la palabra error como elemento de falta de algo o equivocación.
Desde este punto de vista de falta de tino o de error, “expiación” significa deshacer el error, atinar. Sergio pensaba en esas ideas y descubría que marcaban un camino totalmente distinto. No había condenación. No había culpa. No había amenaza.
Solamente existía un error, una falta de tino. Ante esto, “expiación” era deshacer el error, cambiar un poco la dirección para atinar y era producto de sabiduría, de concentración, de visión y de equilibrio.
Sin darse cuenta, la paz inundaba la mente de Sergio. Era aire puro para sus pensamientos. Era oxígeno vivificante para sus objetivos. Era una seguridad que irradiaba desde su interior majestuoso.
El error es algo que se puede enmendar cuando se comprende bien. Y a todos nos gusta atinar, dar en el blanco, dar en la diana. Jugar a los dardos nos desarrollaba el equilibrio, la tranquilidad, la dirección y la preparación.
Así, la vida, pensaba Sergio, era una oportunidad maravillosa como un juego estupendo donde no siempre se hace diana, pero se juega, se disfruta y se ejercitan la atención y la posición del cuerpo.
Las afirmaciones siguientes le abrían una mente nueva ante sus pensamientos:
“La expiación – deshacer el error - es para todos porque es la forma de desvanecer la creencia de que algo pueda ser únicamente para ti”.
“Perdonar es pasar por alto”.
“Mira, entonces, más allá del error, y no dejes que tu percepción se fije en él, pues, de lo contrario, creerás lo que tu percepción te muestre”.
“Acepta como verdadero sólo lo que tu hermano es, si quieres conocerte a ti mismo”.
“Percibe lo que él no es, y no podrás saber lo que eres porque lo estarás viendo falsamente”.
“Recuerda siempre que tu Identidad es una Identidad compartida, y que en eso reside Su realidad”.
Sergio le daba vueltas a la expiación – deshacer el error – y perdonar como pasar por alto. Lo comparaba con el juego de dardos. No das en la diana y no te centras en el error. Te centras en la forma que debes adoptar para acertar en la diana.
Reconocía que la vida no había sido su juego. Se había implicado mucho en la importancia de la falta. La había sobrevalorado. Y se daba cuenta que en los juegos de los dardos, lo importante era no perder la paz ni el equilibrio.
Y él había perdido en muchas ocasiones la paz y el equilibrio. La serenidad para ver con claridad. La tranquilidad para hacer buenos análisis. Era un juego maravilloso de correcciones preciosas que buscaban la diana interior del corazón, de la verdad, de la comprensión.
Al no magnificar el error del hermano, no magnificaba su propio error. Al comprender el error del hermano, se comprendía a sí mismo. Cuando animaba al hermano a dar en la diana, se animaba a sí mismo a dar en la diana.
Todo un misterio que entendía con más claridad. Ahora veía que su Identidad era una Identidad compartida. Y esa unión le daba una fuerza extraordinaria en la comprensión de sí mismo y de su vida.
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