sábado, mayo 21

AMOR, EGO: DOS TIPOS DE MIRADAS

Carlos había salido de una reunión con sus compañeros de trabajo. Varios temas habían tensado las relaciones entre los diferentes componentes del grupo. Discusiones que sembraban dudas en las consciencias de todos y no eran fáciles de olvidar.

Al siguiente día continuarían con sus trabajos, sus comunicaciones y sus saludos. La convivencia los mantenía unidos. A Carlos le disgustaba el ambiente creado. Pensaba que podían tener discrepancias, pero nunca desavenencias entre ellos. 

El buen ambiente del trabajo era esencial. La alegría debía rebosar de sus corazones. Los ojos siempre atentos a ayudar. Y las manos tendidas para soportar el peso en esos momentos de flaqueza de un@s y otr@s. 

Su contrariedad le quitaba la paz. Una vez más concluía que el amor era la esencia del ser humano. El amor era la esencia de las relaciones. Era el motor de la alegría de cada día. Cambiaba el color de los días nublados sin sol. 

No estaba contento consigo mismo. Se analizaba. Pensaba en su actuación. Puede que hubiera sido demasiado duro con algunas propuestas. Puede que no hubiera entendido del todo la exposición de los demás. Había elevado el tono. Y no creía que hubiera sido lo adecuado. 

Carlos llegó a casa y se metió en su cuarto. Tenía una hoja marcada en uno de sus libros. Necesitaba leerla. Necesitaba recobrar la paz, el equilibrio, la comprensión. Las emociones habían jugado un papel nada oportuno. 

Se preguntaba si habría herido a alguno de sus compañeros. No había sido su intención. Los apreciaba a todos mucho. Era cierto que la discrepancia los había cogido a todos de improviso. Esa sorpresa se había dejado sentir en el ambiente. 

Nada previsto. Nada planificado. Pero, la realidad se había impuesto y los había llevado por derroteros no deseados. Carlos se dedicó a la lectura: 

“Es perfectamente obvio que si el Espíritu Santo contempla con amor todo lo que percibe, también te contempla a ti con amor”. 

“La evaluación que Él hace de ti se basa en Su conocimiento de lo que eres, y es, por lo tanto, una evaluación correcta”. 

“Y esta evaluación tiene que estar en tu mente porque Él lo está”. 

“El ego está también en tu mente porque aceptaste que estuviese ahí”. 

“La evaluación que él hace de ti, no obstante, es exactamente la opuesta a la del Espíritu Santo, pues el ego no te ama”. 

“No es consciente de lo que eres, y desconfía totalmente de todo lo que percibe debido a que sus percepciones son muy variables”. 

“El ego, por lo tanto, es capaz de ser desconfiado en el mejor de los casos, y cruel en el peor”. 

“Esa es la gama de sus posibilidades”. 

“nunca está seguro de nada”. 

Carlos reconocía que el razonamiento no había ido por el camino adecuado. La sorpresa les había jugado a todos un equivocado enfoque de la situación. Carlos se preguntaba por qué habían caído en la trampa. Se quedó estupefacto cuando descubrió que el ego no le amaba. 

Veía que ese ego sin amor se había impuesto en la discusión y los había enfrentado entre ellos. Resonaban en su interior la cualidad del ego: “es capaz de ser desconfiado en el mejor de los casos, y cruel en el peor”. Y esa desconfianza se había hecho presente en la reunión. 

Algunos atisbos de crueldad también salieron. Carlos era consciente de esas dos fuentes que vivían en cada un@ de l@s compañer@s. La sorpresa había suscitado sus temores y se dejaron llevar. 

Carlos se hacía consciente. El ego no podía imponerse. El amor, el aprecio y la valoración que tenía de sus compañer@s eran excelentes. Ese ambiente en esa reunión nunca debería haberse hecho presente. Al menos había servido para descubrir esa parte de su interior. 

Esa noche entendió que no tenía razón esa parte. Esa noche decidió que no debía imperar esa forma de sopesar, analizar y compartir. Debía incorporar en su vida la mirada del Espíritu Santo. Iba a tener cuidado. “El Espíritu Santo contempla con amor todo lo que percibe, también te contempla a ti con amor”. Carlos decidía, en su fuero más profundo, tener esa misma mirada. 

La paz retornó a su rostro. Sus ojos descansaron de la tensión. Su respiración se aquietó tranquila. Se dejó llevar por los pensamientos del Espíritu Santo y comprobó, una vez más, que estaba hecho de amor, que era amor.

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