Carlos estaba pensando en lo que acababa de leer. “Si lo entiendes, si lo comprendes, entonces lo superas”. Se quedó un tanto desorientado. No podía ser tan fácil como decía el autor.
Sin embargo, Carlos le tenía mucha confianza a ese escritor porque le había clarificado muchas otras cuestiones de su vida. Había encontrado que tenía razón.
Carlos se planteaba que solamente tenía que comprenderlo. No repetirlo como una idea para que fuera verdad. Debía llegar a la comprensión basado en sus experiencias y entonces podría superarlo.
No se trataba de ningún estado especial que debía alcanzar. No debía esforzarse por seguir ningún método particular. “Si se entendía, si se comprendía, se superaba”.
Era un camino a su alcance. No era una prueba difícil de obtener. Como estudiante libre había tenido que lidiar con muchos conceptos que no entendía. No podía asistir a las clases por estar trabajando. Tenía que resolverse todas las cuestiones por sí mismo.
Recordaba una asignatura que debía rendir examen en junio. Un capítulo de dicha asignatura trataba de la resistencia de los materiales. En el libro había una tabla de valores que debía comprender y aplicar.
Carlos se esforzaba en leer, comprender, tratar de ver el proceso, seguir paso a paso el desarrollo del problema. Sin embargo, no acababa de captar el funcionamiento de dicha tabla.
Horas de reflexión. Muchas alternativas en sus ideas. Pero, la tabla seguía sin desvelar el misterio. Un compañero de clase de años anteriores tenía un hermano en ese curso. Se le ocurrió contactarlo para pedirle a su hermano que le explicara el funcionamiento de dicha tabla.
La respuesta fue inmediata. Se fijó una fecha, una hora. Se reunieron y Carlos le expresó sus incógnitas. Con una breve indicación, la tabla de datos se le desveló ante Carlos como una herramienta de información clara y concisa.
Carlos se alegró inmensamente. Todo estaba claro. Lo entendía. No necesitó más de cinco minutos. Su reflexión había preparado el camino y con una breve aclaración, todo funcionaba.
Así entendía la afirmación de aquel autor. “Si se entiende, si se comprende, se supera”.
Así que Carlos iba leyendo línea a línea e iba comprendiendo con sus reflexiones lo que leía:
“El ego queda inmovilizado en presencia de la grandeza de Dios porque Su grandeza establece tu libertad”.
Carlos descubría que el ego era dependencia, comparación con los demás. La grandeza de Dios es per se. No se compara con nada. Y esa grandeza está en nuestro interior. Al no compararla con nada, Carlos encontraba su libertad.
“La grandeza está totalmente desprovista de ilusiones y, puesto que es real, es extremadamente convincente”.
Carlos pensaba en cuántas ilusiones se habían formado en su mente por alcanzar esto, aquello. Después, una vez alcanzado, desaparecían. Era una completa frustración. En cambio, la grandeza era real. No tenía ninguna ilusión aparejada. La grandeza es nuestra naturalidad tal como somos.
“Mas la convicción de que es real te abandonará a menos que no permitas que el ego ataque”.
“El ego no escatimará esfuerzo alguno por rehacerse y movilizar sus recursos en contra de tu liberación”.
“Te dirá que estás loco, y alegará que la grandeza no puede ser realmente parte de ti debido a la pequeñez en la que él cree”.
Carlos se sentía reflejado en esta afirmación. La idea de pequeñez siempre le había acompañado. Tenía ganas de superación. No tenía medios económicos para luchar y salir por sus medios. Esto le dio una idea de debilidad en sus comportamientos.
Ahora veía que el ego siempre busca fuera los valores personales. Carlos se aferraba a esos valores interiores que no pueden ser derrotados a pesar de los inconvenientes económicos. Su grandeza estaba en él. No iba a luchar con esas ideas de carencia.
En algunos momentos se había revelado por la carencia económica. Pero había descubierto que dicha carencia le había hecho desarrollar habilidades impensables. Y se afirmaba que la grandeza estaba en él como en cualquier otro ser humano. La verdad radicaba en el interior.
Muchos le habían llamado loco por emprender sus estudios universitarios con tan pocos recursos económicos. Pero, en su corazón no tenía ninguna duda. Creía en él mismo. Luchó y lo consiguió. La pequeñez del ego no lo había detenido.
Y en esos momentos de reflexión veía que el autor tenía razón. Cuando hay una claridad, una voluntad firme y una comprensión de las fuerzas que se mueven dentro de nosotros, no hay nada que nos pueda parar. El ego no puede detenernos.
“Pero tu grandeza no es ilusoria porque no fue invención tuya”.
“Inventaste la grandiosidad y le tienes miedo porque es una forma de ataque, pero tu grandeza es de Dios, Quien la creó como expresión de Su amor”.
Carlos empezaba a comprenderlo. Veía ese punto claro en su vida, en sus pensamientos, en sus reflexiones de cada día. Y esa fuerza lo acompañaba. Le daba paz. Era su delicia y su tranquilidad se asentaba en su respiración.
“Desde tu grandeza tan sólo puedes bendecir porque tu grandeza es tu abundancia”.
Esos años de estudios universitarios se habían convertido en sus descubrimientos más excepcionales. En todos los campos del saber, pero, en especial, en su interior que había sido asediado por las llamas del ataque feroz para que dejara de estudiar.
Había terminado sus estudios con plenitud. Reconocía esa grandeza que el Creador le había ido sacando desde el fondo de su corazón.
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