sábado, septiembre 3

PARANOIA, SEPARACIÓN, UNIDAD

Francisco estaba perplejo por lo que estaba escuchando. Estaba en una reunión de personas importantes. Eran un grupo de amigos. Unos eran médicos, otros, empresarios de diversas actividades, otros, personas intelectuales muy bien formadas. Hablaban del plano espiritual. Mostraban la dificultad de llevar el mundo del espíritu a sus actividades.

Uno exponía que estaba acostumbrado a tomar decisiones continuas cada día, cada momento. Era su trabajo. Era lo que había aprendido. Era su forma de proceder. Y creía que lo hacía bien. Los asuntos espirituales los dejábamos para el fin de semana. Para eso estaban los servicios religiosos. 

Francisco no podía entender ese divorcio entre el nivel espiritual y el nivel de decisión personal de sus respectivas actividades. Siempre había creído que el nivel espiritual permeaba toda la personalidad y hacía que ésta enfocara sus decisiones con sólidos principios espirituales.

Pero, en aquella ocasión, aquel grupo estaba dejando claro una separación total entre sus necesidades espirituales, satisfechas, según ellos, con los servicios religiosos y su vida de trabajo, su vida conyugal, su vida en otros ámbitos. 

La reunión lo estaba dejando paralizado. Dejó de pensar. Se dio cuenta de la paranoia de la mente que vivía mundos separados. A ratos estaba con los principios espirituales, a ratos, vivía con los principios de los otros ámbitos. No había comunicación con los principios espirituales. Todo un hallazgo. 

Entendía los comentarios que alguna vez le hizo su padre en años pasados acerca de un superior que tenían. Era un superior que frecuentaba mucho los servicios religiosos. Pero, respecto al trabajo, actuaba con principios totalmente distintos. Su padre le decía que esos servicios religiosos no le servían de nada. 

Francisco se aferraba a los siguientes pensamientos con toda su fuerza: “una vez que has aprendido a decidir con el Padre, tomar decisiones se vuelve algo tan fácil y natural como respirar”. 

“No requiere ningún esfuerzo, y se te conducirá tan tiernamente como si te estuviesen llevando en brazos por un plácido sendero en un día de verano”. 

“Decidir parece ser algo difícil debido únicamente a tu propia volición”. 

“El Espíritu Santo no se demorará en contestar cada pregunta que le hagas con respecto a lo que debes hacer”. 

“Él lo sabe”. 

“Él te lo dirá y luego lo hará por ti”. 

“Y tú, que estás cansado, verás que ello es más reparador que dormir”. 

Francisco se reafirmaba en su comprensión. Los principios espirituales son eternos, son sabios, son justos, son equilibrados. Son los principios de todos los ámbitos. No había ningún ámbito donde no pudieran aplicarse. Eran los idóneos. 

En aquella reunión descubrió que no habían tratado de cambiar sus costumbres. No creían que debieran aplicar sus principios espirituales. Siempre había funcionado así. Cierto tipo de tristeza nació en el corazón de Francisco. Era impensable que no aplicaran los principios áureos de la Sabiduría. 

Se dejaba notar en el vacío que compartían los componentes de aquel grupo. Una sensación de carencia los unía. Sin embargo, cambiar sus principios en los otros campos distintos a los servicios religiosos no era su objetivo primero. Los intereses de la ganancia, de la competencia, de lo que había funcionado mucho tiempo estaban por encima de los consejos eternos. 

Francisco entendió que debía curarse él mismo de la cualidad de la paranoia que descubría en la mente para tener una mente unida. Allí reinaría solamente el espíritu de Sabiduría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario