Mateo leía aquel párrafo e iba sacando sus conclusiones a medida que los conceptos iban pasando por delante de sus ojos:
“Si pudieses darte cuenta, aunque sólo fuese por un instante, del poder curativo que el reflejo del Padre que brilla en ti puede bridar a todo el mundo, apenas podrías esperar a limpiar el espejo de tu mente a fin de que pudiese recibir la imagen de santidad que sana al mundo”.
Mateo recibía esas palabras con gran alborozo. “El reflejo del Padre que brilla en ti”. Era una expresión nueva para su vida, nueva para su evaluación personal, nueva para sus planteamientos. Admitía que esa expresión tan natural que solemos emplear para definir a una persona noble: “Es una buena persona”, tenía la fuerza de ese reflejo del Padre.
Admitía que durante muchos momentos de su vida, en lo que respetaba a su propia valoración, no había tenido claro el alcance de su persona, y el alcance de las personas que le rodeaban. Planteaba un desafío doble: Ver el resplandor del Padre en sí mismo, y ver el resplandor del Padre en los demás. Mateo iba descubriendo que necesitaba unos ojos nuevos.
Unos ojos nuevos en forma de pensamientos claros, precisos y verdaderos. Todo lo bueno que había en nosotros era el resplandor de nuestro Padre, nuestro Creador. Todo lo bueno que había en los demás era el resplandor del Padre, el resplandor del Creador. Mateo recordaba a una buena persona que se había cruzado en su camino.
Al poco de conocerse, esa persona siempre le daba las gracias por simples detalles de la vida cotidiana. Mateo se sorprendió de esa forma tan detallista y agradecida. Le preguntó por qué solía ser tan agradecido. La respuesta que recibió fue contundente. Le dijo que el mundo sería completamente distinto si el agradecimiento fuera una moneda común. Mateo vio en ello el resplandor del Padre.
Con ocasión de la realización de su tesis doctoral, Mateo, que se encontraba a trescientos kilómetros de la Universidad, debía realizar unas gestiones en la secretaria de la Universidad para cerrar su proceso de matrícula y de lectura de su tesis. El mismo director de tesis, el catedrático que se la estaba dirigiendo, se ofreció a hacer las gestiones en su nombre. Mateo no se lo creía. Pero, su catedrático así lo hizo. Vio en ello el resplandor del Padre.
Con una de las conferencias del Dr. Alonso Puig, se quedó gratamente sorprendido. Con sus conocimientos precisos sobre el organismo, sobre la neurociencia y los últimos avances, se ponía de manifiesto la gran influencia que tenía sobre el organismo esos procesos de agradecimiento, de alegría y de comprensión.
Se producían endorfinas. Aparecía más cantidad de dopamina y serotonina que dinamizaban el funcionamiento del cerebro y de todo el organismo. La paz y la alegría era una maravilla para el funcionamiento de nuestro cuerpo. Todo se equilibraba y restauraba. Vio, en ese conocimiento del funcionamiento, el resplandor del Padre.
Mateo concluyó que el resplandor del Padre, situado en la mente, en forma de pensamientos, brillaba en todos nosotros en muchos momentos. La metodología propuesta era simple: Limpiar el espejo de nuestra mente al deshacerse de pensamientos nocivos, y reemplazarlos con las ideas santas, para sanarnos a nosotros mismos, y compartirlos con todos los reflejos divinos.
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