Antonio pensaba en el poder de sus pensamientos. Se daba cuenta que ellos eran los que dirigían su vida. Había caído en la trampa, muchas veces, de creer que eran los demás quienes le atacaban, le hacían daño, le herían o lo menospreciaban. Se enfadaba con ellos en su mente. En algunas ocasiones se lo decía a ellos a la cara.
Estaba dándole vueltas a esa idea que le acababan de comentar. Le dijeron que pensara en un amigo amable. Le preguntaron cuál sería su pensamiento si ese amigo le hiciera algún desplante. La respuesta de Antonio fue contundente: “no lo tomaría a mal. Sería un error y nada importante”. Y con ese pensamiento, “¿cuál sería su reacción?”. Antonio respondió: “tranquila, serena, sin importancia”.
Piensa ahora en un amigo no muy amable. Un amigo que sientes que no te aprecia. Ante el mismo hecho, ¿qué pensamiento tendrías?: “otra vez esta persona desconsiderada está lanzando sus dardos. Otra vez me ha herido”. ¿Y tú reacción cuál sería?: “profunda violencia interna. Trataría de atenuarla en el exterior. Pero me comería por dentro”.
Te das cuenta de que ante dos incidencias similares tienes pensamientos distintos, y como consecuencia, reacciones muy diferentes. Ahora piensa que los dos han tenido un mal día. Están contrariados y no se soportan ellos mismos. Tú pensarías que no habría que darle más importancia. Habría que comprenderles y apoyarles.
Tu reacción sería de apoyo y felicidad. Por ello, la comprensión era vital. El pensamiento era la base de todo. Antonio asentía con su mente, con sus reflexiones y con la verdad que le llegaba. Captaba cada vez mejor que el altar del Eterno estaba en los pensamientos. Un pensamiento equivocado echaba al Padre de nosotros y lo dejaba de lado.
Una luz se hacía en su mente. Un rayo de alegría se desplegaba en todo su fulgor. Una maravilla se hacía presente. Comprendía que no debía llevar ningún pensamiento erróneo a ese altar del Eterno. Su mente y su pensamiento era el lugar donde el Padre quería morar. Y Antonio, en esa luz naciente, decidió limpiar su mente de toda equivocación.
Una maravilla de luz se reflejaba en su cara. Unas ideas de bondad jugaban en su interior, Un abrazo cordial recibía a su Padre con todo el beneplácito de su corazón, de su libertad y de esa conmovedora emoción.
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