viernes, febrero 10

TODO QUEDA REDIMIDO

Josué se deleitaba en la lectura de aquellas líneas. Eran pensamientos poderosos. Era una salida estupenda para cambiar nuestros horizontes de la vida y ver nueva luz en nuestra existencia: “No hay problema, acontecimiento, situación o perplejidad que la visión no pueda resolver. Pues no es tu visión, y trae consigo las amadas leyes de Aquel Cuya visión es”. 

“Todo lo que se contempla a través de la visión cae suavemente en su sitio, de acuerdo con las leyes que Su serena y certera mirada le brinda. La finalidad de todo lo que Él contempla es siempre indudable. Bajo su bondadosa mirada, lo destructivo se vuelve benigno y el pecado (condenación) se convierte en una bendición”. 

Siempre le había atraído la palabra “transformación”. Era una idea que vivía en su mente desde pequeño. Cambiar, superarse, hacerse mejor, ampliarse y ser infinitamente comprensivo entraba en esa palabra que sintetizaba esa esencia maravillosa: “transformación”. Ahora veía que ese citado anhelo se lograba con esa visión. 

Estaba contento, alegre, gozoso. Buscaba en su pasado algún momento donde esa visión se pusiera en marcha. Su corazón empezó a latir de alegría. Una experiencia pasaba por su mente y por todas sus entrañas. Un amigo suyo, con el que mantenía una relación extraordinaria de respeto, ayuda, apoyo y mutuo deleite en sus conversaciones y en sus momentos de unión, le había atacado con una palabra nunca antes a él aplicada: era una trampa, era un engaño. 

Josué se quedó callado, se quedó sin creérselo, se quedó perplejo. De inmediato reaccionó y le dijo que necesitaba varios días para digerir aquella afirmación. No se lo esperaba. Y, especialmente, de él. Tenían una comunicación fluida. No lo entendía. Pero, necesitaba aceptar esa palabra y darle su orientación, su dirección, no podía ser evitada. 

Una palabra que podría haberse erigido entre los dos como una pared divisoria de altura considerable, por tanto, definitiva. Esa era la primera fase de enfrentar esa palabra. Palabras como “desagradecido, ingrato” salían a su mente para equilibrar ese “ataque verbal” inesperado. Algo se había producido y algo en Josué había reaccionado ante esa situación inesperada. 

Poco después, echó mano de esa “visión”. Aplicó un gran principio que había adquirido: “todo ataque al otro es un ataque a sí mismo”. “Nadie podía atacar al otro sin atacarse a sí mismo”. “La dureza expresada era la dureza que había en el corazón del que la pronunciaba”. Esto hizo ver, a través de la visión, el enfoque diferente de aquella expresión. 

Josué dejó de ser el blanco de aquel ataque. Se centró en su amigo, en su situación, en su comprensión, en su estado, en su sensibilidad. Empezó a escarbar y constatar la dureza que había dentro de él. Una dureza que le ahogaba y que le impedía reconocer todo lo que recibía de esa hermosa amistad. 

Josué veía que, ante esa dureza interna, no podía dejar de apreciarlo, de amarlo, de apoyarlo. Tenía una visión clara de esa inmensa necesidad. Y, como un amigo auténtico, sabía que el amor era más necesario que nunca. Decidió apreciarlo mucho más. Era el camino. Era la visión. Era la tan acariciada, durante tantos años, “transformación”. 

Los días iban pasando. Josué se sentía renacer. Sentía que sus energías se agrandaban. Era una bendición. Cambiar el enfoque por la visión le había dado la vida. Le había dado la vida a él y también a su compañero. Esa nueva visión había superado el obstáculo tal y como indicaba aquel párrafo: “No hay problema, acontecimiento, situación o perplejidad que la visión no pueda resolver”. 

“Todo queda redimido cuando se ve a través de la visión, y trae consigo las amadas leyes de Aquel Cuya visión es”. Josué se regocijaba por la visión y daba gracias al infinito por darle, tan generosamente, dicha comprensión.

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