domingo, febrero 5

HERMOSO TOQUE DE ATENCIÓN

Darío estaba considerando esa afirmación que le había despertado mucha curiosidad. Decía que la vida y la muerte eran dos caras de la misma moneda. Para conocer una cara se debía conocer la otra. Una sin la otra no tenía sentido. La una daba todo su sentido a la otra. Vivir la vida sin conocer la muerte era vivir la mitad de la vida. 

Cuando leyó esa idea no lograba captar su profundidad y su pertinencia. La muerte le quedaba muy lejos y estaba totalmente entregado a la vida, a sus actividades, a sus planes, a sus objetivos y a sus logros. Seguro que la muerte llegaría, pero a su debido tiempo. 

Leyendo aquel libro sobre las experiencias de enfermos que estaban cerca de dejar la vida, le impactó una frase que le dejó su huella clavada como una daga en sus entrañas: “El paciente está a punto de perder todas las cosas y a las personas que quiere”. 

Se le pasó por un momento la idea por la mente de Darío. Por unos segundos revivió esa escena, ese escrito, esa experiencia, esa verdad: “perder todas las cosas y a las personas que quiere”. En aquellos momentos revivió la idea de ese significado: “perder todas las cosas”. Cosas por las que había luchado, por las que había discutido, por las que había gozado, por las que había sufrido. 

Todas esas cosas le habían quitado horas de sueño. En esos momentos últimos, esperaba el sufrimiento final: perderlas todas. Darío, de pronto, se dio cuenta de la poca importancia de esas cosas. Todas iban a quedar en este mundo. Nada iba a acompañarle en su viaje. La pregunta emergía de una forma natural en su mente: ¿había valido la pena luchar por ellas?

Y ahora sí, ahora sí que veía la conexión entre la muerte y la vida. Ahora sí que entendía ese elemento de moneda de dos caras: la vida y la muerte. La importancia de las cosas se le hacía relativas. Nada se podía llevar. Nada se podía gozar más. Toda una vida para ganarlas y toda una vida dedicada a obtenerlas. Y no sacar provecho de ellas en su partida final. 

Darío se fijaba en la reflexión que seguía a esas palabras de pérdida total: “Si se le permite expresar su dolor, encontrará mucho más fácil la aceptación final, y estará agradecido a los que se sienten a su lado durante esta fase de depresión sin decirle constantemente que no esté triste”.

Darío se iba hacia el interior. Descendía al fondo del alma. Y encontraba en esa experiencia el consuelo silencioso de una mano amiga que le permitiera expresarse, que le dejara sacar su desengaño, que le permitiera enfrentarse a la invitación de la muerte, sintiendo que nada podía llevarse y sintiendo que, de haberlo sabido, lo habría hecho diferente. 

La muerte daba sentido a la vida. Las cosas materiales tienen su espacio. Pero, por encima de todo, un corazón atento, una sensibilidad compartida, un encuentro respetuoso, una mano tendida, un corazón y unas palabras de bondad vividas. Ese sí que era el tesoro de encontrarse con la muerte en paz y con la hermosa sensación de haber aprendido la lección de la vida. 

Darío empezaba a comprender la incidencia de la muerte sobre la vida. Su vida se centraría en esos momentos donde el amor y el respeto, donde la dignidad y la valía, donde la sensibilidad y la generosidad se hacían presente en su vida.

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