martes, febrero 7

PROFUNDO ABRAZO UNIVERSAL

A Gonzalo le causaban ciertas sonrisas las expresiones de aquel orador referidas al amor. Indicaba que cuando él se refería a ese tema, tan vital en la vida de las personas, no lo hacía desde el punto de vista de rositas, blandura, cosas de merengues. Era algo más que unas zalamerías momentáneas y expresadas en un cierto momento.

Las sonrisas de Gonzalo coincidían con algunos comentarios que había recibido en la exposición de algunos temas. En ellos, también se habían deslizado ciertos aspectos de ilusión y entusiasmo del amor. Se había descrito la situación desde la alegría y desde la energía que ello provocaba. También recibía en esas experiencias, ciertos elementos en contra de esos momentos. 

Era cierto que Gonzalo estaba lejos de esas manifestaciones como ñoñerías sin sentido. Estaba más en la línea de aquel orador. El amor era un tema de enjundia, de base, de sostén, de esencia y de necesidad del ser humano. Exponía que todos teníamos dos aspectos que necesitábamos en nuestra vida: Sentirse comprendido y sentirse querido. 

La sensación de una persona de sentirse entendida, aceptada y parte de un grupo amplio era tal que la persona renacía, se llenaba de energía, se elevaba, se desarrollaba y sacaba lo mejor de su vida. Era el camino para conocerse, inclusive, a uno mismo. Los otros caminos del desencuentro eran pobres en esos pareceres. Reducían la potencialidad del ser humano. Así no podían crecer ni sacar sus mejores habilidades internas. 

La sensación de sentirse querido, la sensación de amar, le quitaba su aislamiento, sus límites, sus ideas sobre la cercanía y se hacía grande y universal. Ser capaz de ver a los demás como diferentes a nosotros, como distintos a nosotros, con costumbres distintas a las nuestras, y, sin embargo, tan iguales a nosotros en la reacción y adaptación a dichas circunstancias. 

Reconocer en el otro, por encima de todo tipo de diferencias, que había una persona que luchaba, se esforzaba, se complicaba la vida, que buscaba la felicidad y la resolución de los problemas que le surgían. Reconocer que era humano como nosotros. Reconocer la humanidad común que todos poseíamos. Ello producía el amor más profundo al que podía aspirar la humanidad. 

Y, en ese terreno, en ese campo de humanidad, todos somos uno. Las etiquetas que se utilizaban para marcar las diferencias y nos guiaban a través del miedo, realmente nos debilitaban. La humanidad clamaba y deseaba ser entendida y aceptada, ser comprendida y amada, gritaba comprender y amar. Y esas dos necesidades universales podían ser entendidas con la experiencia de cada día. 

Gonzalo gozaba con esa visión del amor. Gonzalo vibraba. El amor se desplegaba en una conjunción y en una amplitud que nos igualaba a todos. Y en esa línea común, el amor vivía. Ese amor proporcionaba paz y serenidad. Una paz y una serenidad jamás concebida por el ser humano. En esa mano tendida a la universalidad, la paz se expandía con una belleza sin par. 

Los miedos desaparecían. Los temores se disipaban. Un brote de ilusión renacía en ese abrazo amoroso de todas las personas del planeta. Esa era la profundidad del amor que Gonzalo descubría dejando de lado esas ñoñerías. El abrazo universal ponía en acción la profundidad del amor que anidaba en cada alma y en cada ser que había crecido con esa natural pasión.

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