Mario entraba en uno de esos pensamientos que le habían acompañado durante toda la vida. Desde su mente pequeña, ante la estatura de los adultos, ante las marcas del tiempo informando que habían vivido muchos años, se preguntaba a sí mismo qué tipo de mente tendrían. Era una pregunta que no realizaba a sus padres, ni a sus maestros.
Seguía la curiosidad de su mente y se preguntaba las diferencias con las mentes adultas, mayores, muy mayores. Entendía que, al igual que el cuerpo, la mente se ampliaba, se diversificaba y se haría inmensa. Una curiosidad no propia de un niño de seis años. Preguntas que quedaban en su interior y nadie sabía nada de esos pensamientos.
Recordaba con ilusión el cambio de mentalidad de sus doce años. Fue una fecha clave en su vida. Dejó su mundo infantil y entró en ese mundo mayor de los jóvenes y entendió que sus ideas y sus creencias cambiaban de modo significativo. La mentalidad mágica y hermosa de la inocencia se cambiaba por la mentalidad incisiva de la realidad de la vida con todas sus consecuencias.
Ahora en su edad avanzada, se hacía así mismo la misma pregunta de los seis años y veía, con asombro, que seguía teniendo la misma ilusión juvenil de sus doce años con todos sus descubrimientos. Continuaba sintiendo esa frescura de alma y de investigación que tenía a los quince y dieciséis años.
Todo un mundo para descubrir. Nada se paraba. Nada llegaba a su fin. La curiosidad de esa fuerza consciente de su interior, parecía que estaba intacta. Seguía aprendiendo, seguía descubriendo, seguía entusiasmándose, seguía teniendo la ilusión de su juventud. Tenía destellos en su interior de que esa fuerza de conocer no se hacía mayor como pensaba a los seis años.
Era cierto que el aprendizaje aumentaba, el conocimiento era amplio. Sin embargo, ese ser que conocía seguía con esa fuerza de la juventud. Conocer era una delicia. Y esa delicia era continua, constante y vital cada día. La pregunta de Mario, en esos momentos, era otra. ¿Qué es lo que envejece en el ser humano?
La respuesta era sencilla en la apariencia. El cuerpo, la cara, la complexión total había cambiado. Pero, esa fuerza interna de conocer seguía con los mismos anhelos, con las mismas ganas y con las mismas delicias de saber algo nuevo. Mario siempre se había preguntado eso de la eternidad. Le era difícil aceptarlo.
Empezaba a tener una vislumbre de esa verdad encerrada en una palabra - eternidad. Su conocer interno continuaba igual que en su edad juvenil. El cuerpo había cambiado. Su curiosidad de conocer, comprender y de estar consciente, no se había alterado. Una alegría se dibujaba en su rostro. Un placer le invadía. Comprendía un poco la verdad de esa pregunta que realizaba a sus seis años. Algo realmente maravilloso concluía. Teníamos algo perenne en nuestra vida a pesar de los años.
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