jueves, marzo 16

ERES TU PROPIO ENEMIGO

Lucas leyó aquella línea y algo sucedió en su mente. Comprendió, como un rayo, la realidad de su vida, de su pensamiento, de sus ideas y del camino que estaba siguiendo. Era toda una paradoja. No tenía miedo de la gente. No tenía miedo de las circunstancias. Tenía miedo de sí mismo. Y cuando la gente o las circunstancias tocaban esas partes en él, Lucas confundía su miedo con el ataque que, según él, había recibido. 

Había catalogado, de forma inconsciente, a los grupos de personas en amigos y enemigos, en agradables y desagradables, en comprensivos y en duros e insensibles. Como siempre, los demás eran los culpables de lo que le hacía sufrir. Era ciego a lo que realmente estaba haciendo. Se estaba proyectando a sí mismo en los demás. 

Creía que había dos bandos. Una parte la ocupaba él. La otra, los demás. Se sentía solo en muchos momentos. Se sentía apoyado en otros. Iba cambiando de bando según sus sentimientos le dictaban. Y, sin darse cuenta, los demás no existían. Los demás eran creados por sus fantasmas internos. No había bandos. Era el reflejo de la división que vivía dentro de él y no se daba cuenta. 

Había leído en algunos autores la idea de que había que hacerse uno. Éramos la reunión de varios personajes que vivían dentro de nosotros. En la unificación había que dejar todas las caretas que teníamos y dejar solamente una: la nuestra, nuestra propia realidad. Todo un logro para superar esa división interna que vivía a sus anchas en nuestra mente. 

“¡Qué extraña se vuelve en verdad esa guerra contra ti mismo! No podrás sino creer que todo aquello de lo que te vales para los fines de la condenación puede herirte y convertirse en tu enemigo”. 

“Y lucharás contra ello y tratarás de debilitarlo por esta razón, y creyéndolo haberlo logrado, atacarás de nuevo. Es tan seguro que tendrás miedo de lo que atacas como que amarás lo que percibes libre de condenación”. 

“Todo aquel que recorre con inocencia el camino que el amor le muestra, camina en paz. Pues el amor camina a su lado, resguardándolo del miedo. Y lo único que ve son seres inocentes, incapaces de atacar”. 

Lucas reconocía que ciertos insultos de los demás le resbalaban. No le llegaban a su interior. Comprendía el dicho: “No ofende quien quiere sino quien puede”. Pero, había ciertos insultos, ciertas afirmaciones despectivas que le llegaban muy hondo. Reflexionando sobre dicho tema, llegó a la conclusión que le hacían daño aquellos insultos que él lanzaba contra los demás. 

Se daba cuenta de esa afirmación: “No podrás sino creer que todo aquello de lo que te vales para los fines de la condenación puede herirte y convertirse en tu enemigo”. Al herir a los demás, construía en su interior la debilidad para ser herido. Él era el creador de sus debilidades y de sus miedos. Una guerra personal de la que nunca había sido consciente. 

Esa primera línea le había dejado marcado: “¡Qué extraña se vuelve en verdad esta guerra contra ti mismo! Lucas se recogía en meditación. La luz se hacía clara en su mente. Sabía dónde había que resolver el asunto. Tenía en su mano las herramientas y el conocimiento. Estaba claro. Dejaría de luchar contra él. Nadie podía herirle salvo él mismo.

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