Josué recordaba las palabras de su amigo aquella mañana. Le había dicho que se había puesto delante del espejo y le había dicho a su propia imagen: “hoy no vas a ganar tú. Hoy voy a ganar yo la batalla del día”. Claramente se veía una partición en la persona. Una estaba dentro del espejo. La otra estaba fuera. Josué se quedaba pensativo con esa afirmación. Era difícil aceptar que una batalla fuera librada en un mismo nivel y fuera resuelta.
Tenía en la mente el principio de resolución de conflictos. Cuando un conflicto surgía en un determinado nivel, había que subir al nivel siguiente para resolverlo. De otro modo, nunca podría solucionarse. Había un error en el enfoque del problema, un error en la consideración de la situación. ¿Cuál sería el nivel al que habría que recurrir para encontrar la superación del problema?
Había una lucha y había un enfrentamiento entre las dos partes de la misma persona. Y, en la lucha, ya se sabía. Unas veces ganaba una parte; otras, la opuesta. Sería una lucha continua la que se iría librando cada día. No era un alivio pronunciar esa frase cada mañana. La lucha no cesaría. Josué quería encontrar el modo de terminar con esas luchas.
El nivel en el que veía a su amigo era el nivel de implicación. Estaba totalmente envuelto con todos los asuntos que le llegaban. Los sentía, los vivía, los sufría y los gozaba en momentos. Estar conectado con esa implicación le hacía sufrir, gozar, llorar, desesperarse, pedir por ayuda, desorientarse en momentos y volver a encontrar la esperanza y la superación.
Tenía que existir un nivel superior. Un nivel donde no se viera tan aturdido, tan atacado por él mismo, tan desconcertado que perdiera su propia confianza. Y, al perder esa confianza, se culpara a sí mismo. Toda una serie de pensamientos que se cruzaban en su mente. Pero, la pregunta surgía: “¿Era él su mente?
En el nivel de la mente se entendía el enfrentamiento. Nuestra mente era variable. Podía representar, en momentos distintos, a diferentes personajes. Así que la mente era un campo de batalla. ¿Había algo más allá de la mente? Josué había leído, hacía poco tiempo, que había una “Presencia Consciente”. Esa "Presencia Consciente" no se oponía a nada. Por ello, admitía todos los tipos de mentes y todo tipo de implicaciones. Nunca se quejaba.
Eso le dio una pista. En el nivel de la mente había implicación. Cada persona reaccionaba según su interés en el tema. En el nivel de la “Presencia Consciente” no existía la implicación. Y para no implicarse no había que reaccionar. Todo se aceptaba y todo tenía su sentido. Cuando uno se implicaba, separaba en partes buenas y malas. Cuando no había implicación, se buscaba la armonía entre todo.
La mente no buscaba la armonía. Por ello, el amigo de Josué estaba frente al espejo en la lucha de cada día. La “Presencia Consciente” encontraba la armonía y el lugar de todo. La implicación desaparecía. Y, con ella, la luz, la claridad de la comprensión invadía todos los planteamientos. Se anulaba la lucha y la paz reinaba desde esa “Presencia Consciente”.
Josué había encontrado ese nivel superior que deshacía el conflicto. Su rostro sonreía, su alma se calmaba, su pensamiento seguía sus razonamientos. Todo tenía su lugar en esa “Presencia Consciente”, donde no había lucha ni implicación.
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