Mateo se bebía aquellas lecturas con el placer de la vida. Iba digiriendo sus pensamientos con la fuerza de la verdad, de la convicción y de la seguridad de su certeza. Los había sentido dentro de él desde muy pequeño. En muchas ocasiones se sentía ridiculizado cuando los compartía. Para los demás, la vida era lucha, diferencia, intereses personales y nada de solidaridad.
Su corazón era sensible a la unión, a la ayuda mutua, al compartir los pensamientos y al vivir la alegría juntos y juntos reducir las penas. Sentía en su intuición que ese era el camino de la vida. Los enfrentamientos los vivía con angustia. Sus padres discutiendo no podía entenderlo. Los vecinos vociferando e insultándose era algo imposible en su conciencia.
Vibrar juntos y sentirse todos uno, era la aspiración de su alma. Un deseo que veía en muchos momentos lejano. En algunas ocasiones disfrutaba de la unión de las personas celebrando las fiestas y las comidas en familia. Era tan especial sentir la unión y la colaboración. La unidad estaba firmemente afincada en el interior de su alma. Mateo soñaba.
Así se dejaba llevar por aquellas líneas que subrayaban esas ideas que latían en su interior: “Lo que uno de vosotros piense, el otro lo experimentará con él. ¿Qué puede querer decir esto, sino que tu mente y la mente de tu hermano son una? No veas con temor este feliz hecho ni pienses que con ello se te impone una pesada carga”.
Mateo no lo veía como una pesada carga. Mas bien, la pesada carga era sentir la separación y la diferencia. Le encantaba lo que seguía: “Pues cuando lo hayas aceptado de buen grado, te darás cuenta de que vuestra relación es un reflejo de la unión que existe entre el Creador y Su Hijo. Entre las mentes amorosas no hay separación. Y cada pensamiento que una de ellas tiene le brinda felicidad a la otra porque es la misma mente”.
Ahora Mateo sentía, por primera vez, que ese impulso interno suyo se expresaba con unas palabras adecuadas. Notaba que eran verdad porque vibraban dentro de su ser. Veía que no solamente eran un deseo. Eran una verdad infinita. “La dicha es ilimitada porque cada pensamiento de amor radiante extiende su ser y crea más de sí mismo. En él, no tienen cabida las diferencias, pues todo pensamiento es como él mismo”.
Mateo se afirmaba en sus razonamientos. Su mente sentía una hermosa claridad. Sabía que pisaba la senda de la vida y de la restauración de muchas almas. En sus conversaciones aplicaba esa sabiduría. La respuesta de las personas era una maravilla.
Todos anhelaban ese tipo de pensamiento. Mateo le agradecía al infinito esa verdad que bullía dentro de él. Caminaba firme en los pasos de su diario vivir con esa unidad de eternidad.
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