Abel acababa de hablar con su amigo. Este le había planteado el problema complejo emocional que tenía en su interior. Por una parte, sentía cierta atracción hacia una persona por su trato estupendo que tenía. Por otra parte, sabía que la inestabilidad que caracterizaba a dicha persona, le llenaba de inquietud.
Había algo que le gustaría que fuera así. Idealizaba la relación. Le gustaría vivirla imaginada y magnificada. Pero, al mismo tiempo, aparecía cierta angustia interior que no le dejaba tranquilo. La conversación había sido franca, clara, razonada en todos sus puntos y en todos sus efectos. La claridad había funcionado. Cierta sensación de luz había quedado entre los dos. El amigo de Abel había entendido la reflexión.
“La introducción de la razón en el sistema de pensamiento del ego es el comienzo de su disolución, pues la razón y el ego se contradicen entre sí. Y no es posible que coexistan en tu conciencia, ya que el objetivo de la razón es hacer que todo esté claro y, por lo tanto, que sea obvio”.
“La razón es algo que tú puedes ver. Esto no es simplemente un juego de palabras, pues aquí da comienzo una visión que tiene sentido. La visión es literalmente sentido. Dado que no es lo que el cuerpo ve, la visión no puede sino ser comprendida, pues es inequívoca, y lo que es obvio no es ambiguo. Por lo tanto, puede ser comprendido. Aquí la razón y el ego se separan, y cada uno sigue su camino”.
Abel agradecía al universo esa verdad maravillosa de la razón. Había sentido en su interior el bien de muchos hombres mayores razonables que había encontrado en su camino. Sus orientaciones siempre habían sido acertadas, apropiadas y con mucho sentido en su vida. En sus dudas, en sus momentos de desorientación, había agradecido esas palabras llenas de razón, llenas de visión, llenas de verdad.
El mundo del ego se modelaba desde la visión personal de cada uno. Las imaginaciones, las idealizaciones y las fantasías pululaban en el reino del ego. Nos adaptábamos todas las circunstancias a nosotros mismos. Tenía mucho atractivo para la persona que soñaba. Sin embargo, había, en nuestro interior, ese dejo de desconfianza que no las tenía todas consigo. Pero, como un niño empedernido en sus cuentos, nos aferrábamos a nuestras ilusiones de forma desmedida.
Solamente una actitud razonada, desde una tranquilidad absoluta, podía decidir cuánto de real podían hacerse esas fantasías, cuánto de irreal contenían en ellas. El mundo del ego chocaba con el mundo de la razón, de lo razonable. Sus diferencias se imponían. “Aquí la razón y el ego se separan, y cada uno sigue su camino”.
Abel había encontrado el antídoto del ego. Abel había comprendido ese reino del ego mucho mejor. Sabía que el desarrollo de su razón iría disolviendo ese mundo del ego irreal y fantasioso. La vida descorría su velo ante la realidad. La razón alcanzaba a ver, con esa visión maravillosa llena de sentido, aquello que nos unía a todos.
Maravillosa razón que deshacía el ego, que proporcionaba el sentido de la comprensión, del entendimiento, de la unión y de una total universalidad. Abel recibía el asentimiento de su amigo en aquella situación donde el ego y la razón se habían enfrentado. La paz se hizo presente con la aceptación de la razón. Todo había quedado claro. La razón era el secreto de la sabiduría de nuestra mente y de nuestro corazón.
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