Enrique estaba ahondando en dos palabras que le habían descubierto todo un mundo nuevo, toda una actitud distinta, todo un cambio de pensamiento en su vida. Era una experiencia en la que veía que sus presupuestos adquirían una nueva senda. Parecía que un Enrique distinto renacía de esos conceptos nuevos que llegaban a su vida.
Las dos palabras eran “relación” y “jerarquización”. La segunda palabra donde todo estaba clasificado en orden a la importancia, la conocía muy bien. Los mayores tenían importancia, los padres tenían importancia y los mandos en las instituciones tenían su poder y su importancia. Recordaba una incidencia del terreno de la “jerarquización”.
Estaba haciendo el servicio militar obligatorio. Una tarde se sentaron todos en el suelo alrededor de un sargento joven que procedía de la universidad. Le escucharon con atención y fueron aprendiendo ciertos conceptos nuevos. Una charla amena. Todo fue bien. Se indicó con un silbato que habían terminado y se dispusieron a levantarse y marcharse del lugar a realizar otras actividades.
Normalmente para incorporarse desde el suelo, solían coger el brazo del compañero más próximo que ya estaba en pie y se levantaban. Todos se ayudaban con sumo agrado. Un muchacho, sin darse cuenta, cogió el brazo del sargento. El grito que dio fue terrible. Entendió que le había faltado el respeto porque él era un mando. Era un sargento. Era una especia distinta. Empezó a imprecarle al muchacho.
Le dijo que era un recluta. Y fue deslizando por su boca toda una serie de palabras llenas de menosprecio. El muchacho no tenía la dignidad de hacer lo que había hecho. Enrique se quedó perplejo. Un simple descuido y la que le había caído encima al muchacho por la dichosa idea de la “jerarquización”.
Se dio cuenta de que había personas que si no estaban jerarquizadas no se sentían que eran algo en la vida. Una lástima. Con aquella reacción, su valía, ante los ojos de los demás, cayó al pozo de un “pobre hombre”. No era el poder ni la distancia lo que nos otorgaba la importancia. Era el saber comportarse de forma humana y comprensiva lo que nos daba nuestra natural dignidad.
Enrique veía que la “jerarquización” no abundaba en la idea de relación entre las personas. Más bien, se oponía a ella. Y con ese enfrentamiento, ante el silencio de todos porque el asunto de la “jerarquización” se hacía presente, la disconformidad del corazón de todos los reclutas era evidente.
Cuando la relación era lo importante en la vida, se hacían todas las comprensiones humanas, todos los esfuerzos y todos los posibles pensamientos para tratar de poner en marcha sus leyes básicas. En la relación, cada uno se preocupaba e interesaba por el bien del otro. No se centraban en sus propios intereses. Eso destruía la relación. Una comunicación era un interés por el otro sin dudar.
Enrique veía que la relación era lo oportuno en la vida. No quería cometer asesinatos emocionales como había descubierto el día anterior. Hasta entonces había roto relaciones de lo más tranquilo y sencillo. Pero, ahora, veía que su interés, su desarrollo, su ampliación y su nuevo horizonte en el terreno de la comprensión y de su continua superación, era fomentar y vivir el término “relación”.
Sus leyes las grababa en su vida. Nos centrábamos y apoyábamos el bienestar del otro. Ese era el camino de la felicidad, de la plenitud y de la fortaleza que todo lo vencía en la vida. ¡Bendita relación donde cada uno sabía claramente su función!
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