martes, marzo 21

CUATRO OBSTÁCULOS EN FORMA DE LEYES

Rafa se adentraba en la significación de cuatro leyes que habían pasado, alguna vez, durante su vida, por su experiencia. Unas leyes que lo habían hecho llenarse de temor, de terror, de pesadillas por las noches y de grutas malignas que debía evitar. Un camino erizado de trampas se erigía a cada instante en su deambular por la existencia. 

Quería conocerlas para identificar donde estaban los escollos que debía bordear. Así iría ganando sabiduría y conocimiento. Su interior se fortalecía porque cada ley la iría contrarrestando con su visión, con su razonar y con su meditación. La libertad, estaba seguro, siempre anidaba en su interior. La libertad no se podía tocar porque era la esencia de su ser. 

Reconocía la libertad en él, reconocía la libertad en cada persona, sabía que la libertad conformaba cada ser. Y esa era la fuerza que le empujaba a reflexionar en esas cuatro leyes para saber por dónde iban los senderos de la confusión y del engaño. Admitía que debía elegir, escoger, producto de la libertad. Y para escoger, había que conocer. 

La primera ley confusa era que la verdad era diferente para cada persona. Rafa veía la imposibilidad de esta ley. El cariño, el amor, la comprensión, llegaba a cualquier rincón de cada alma. El amor era universal. No podía fraccionarse en trocitos como un pastel y decir que cada fracción del pastel era totalmente diferente. 

El respeto era universal. Y ese respeto daba admiración a cada persona. A todas por igual. No había personas de primera, de segunda o de tercera. Todas las personas eran iguales ante la naturaleza que nos contenía. Esa ley quería hacernos diferentes y con distintos derechos y con escalafones de importancia. Eso no era cierto. Su alma se lo decía. 

La segunda ley era la extensión de la idea del ataque a todas las personas. Todas las personas atacaban y condenaban. Esa idea le había entrado en algunas ocasiones en su pensamiento. Le producía miedo y desconfianza. Sin embargo, en sus viajes a diferentes lugares del planeta, le había enseñado que miles de personas eran amables, ayudadoras, comprensivas y abrían su mano para compartir. 

Gracias a esa generosidad innata en muchas de ellas, se habían salvado vidas en situaciones de carencia y de necesidad. Rafa recordaba a su madre amamantando a su hermana y al bebé de una vecina. En aquellos días no había leches maternizadas. El médico le dijo a aquella madre que buscara a una nodriza. La naturaleza proveía. La mamá de Rafa tenía leche para los dos bebés porque la naturaleza se la producía. 

La tercera ley citaba la idea de que nada se podía cambiar y que debía perdurar en el tiempo. Rafa se sonreía para sí mismo. Una cosa que definía al ser humano era el cambio. Muchas personas humanistas han dado golpes de timón a la historia. Personas que descubrían los errores de su vida y los cambiaban. Reconocían sus maldades y las superaban. 

La cuarta ley indicaba la creencia de que posees aquello de lo que te apropias. En palabras más sencillas, era como robarles a los demás aquello que ansiabas. Rafa recordaba que no se podía quitar nada a nadie excepto los bienes materiales. Su mente se llenaba con la historia de conseguir la felicidad. Un sabio le dijo a un buscador de la felicidad que le pidiera la camisa al primer hombre feliz que viera. 

Recorrió el mundo. Visitó muchos lugares. Y cuando descubrió a aquel hombre feliz, le pidió, por favor, la camisa. Quería ser feliz como él. Aquel hombre abrió su abrigo que lo cubría y le mostró que no tenía camisa. La conclusión era clara. Los verdaderos tesoros internos del ser humano no podían ser robados. Eran frutos de nuestros conocimientos, de la sabiduría, de la reflexión y de nuestros cambios internos. 

Cada uno recorría su propio camino. El respeto a los demás era la puerta de entrada de aquella búsqueda maravillosa. Así iba siguiendo la verdad universal para todos. La generosidad natural de la gente sencilla. La superación del dolor y de la confusión. La cuarta idea quedaba muy clara. El ser humano no podía robar a nadie nada excepto a sí mismo. Se robaba la paz, la tranquilidad, la felicidad, la generosidad y la hermosa confianza en los demás. 

Rafa daba gracias que durante su proceso de vida había superado esas cuatro leyes con las bondades en los corazones de la gente sencilla.

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