lunes, marzo 6

LOS PILARES DE LA VERDAD Y LA RAZÓN

Benjamín ponía en relación tres palabras importantes en sus pensamientos y en sus ideas. Tres palabras con contenido distinto. “ilusión”, “desilusión”, “verdad”. Las ilusiones siempre habían hallado hueco en su corazón y en sus expectativas. En ocasiones, sus ilusiones iban más allá de lo razonable. En cierto momento, siendo niño, tenía ilusión de poseer un estuche de madera de dos pisos para poner sus utensilios de escritura y de pintura. 

Su madre le había dicho que no podía comprárselo. No le era posible ese gasto para la economía familiar. Benjamín se había encariñado de ese estuche de madera. Al ver su deseo intenso, un compañero mayor le prometió que le compraría ese estuche. Benjamín no cabía de gozo. Por fin, iba a tener ese estuche tan deseado. En el fondo, intuía que aquello no era verdad. A pesar de todo, eliminó toda duda y se aferró a la promesa del muchacho. 

Durante varios días vivió con esa idea en su mente. “Lo iba a tener, lo iba a tener”, se repetía. Su alegría se subía de tono. Su confianza se aferraba a esa afirmación. Desde el fondo de su razón, una vocecita le decía que eso no era posible. Sin embargo, acalló esa voz y continuó con su expectativa. Varios días después, le preguntó al muchacho si le iba a comprar el estuche. La respuesta que recibió lo desmoronó. Todo había sido un juego y la verdad no se hacía patente. 

Al despertar de esa ilusión, Benjamín comprendía que aquello no podía ser verdad. El ofrecimiento de su compañero estaba lleno de una sana sospecha. Era un sacrificio del dinero que recibía para sus golosinas invertido en él. Sabía que eso no era plausible. A pesar de todo, la ilusión lo embarcó en una nave y le hizo navegar por ese mar ilusionado varios días. 

Así que la ilusión dio paso a la desilusión. De verse poseedor de ese estuche de madera, pasó a sentirse desposeído del mismo. La ilusión había vagado por el mundo de la no-verdad. La razón ponía claridad y discernimiento. Esos ecos ilusionados en Benjamín le habían hecho pasar días preciosos, pero la desilusión le hizo caer de golpe en la cruda realidad, auténtica, pero desprovista de ilusión. 

Benjamín le había dado, sin darse cuenta, un valor a aquel estuche de madera por encima de sus realidades económicas. Su familia no podía dárselo. Hasta entonces, había funcionado bien sin ese estuche de madera. ¿Por qué poner la ilusión en cosas que no llevan en ellos la dicha? Ilusiones que cambian las perspectivas de las cosas. 

Aquella lección quedó grabada en su corazón. “Lo único que hacen las ilusiones es ocasionar sufrimiento. La forma en la que las ilusiones se aceptan es irrelevante. A los ojos de la razón, ninguna forma de sufrimiento se puede confundir con la dicha. La dicha es eterna. Puedes estar completamente seguro de que todo lo que aparenta ser felicidad y no es duradero es realmente miedo”. 

Benjamín aprendió, en aquellos picos de su emoción ilusionada y su emoción desilusionada, el valor de la verdad de su razón. Sabía, en su corazón, que aquello no podía ser verdad. Se aferró a aquella posibilidad por su ilusión. La ilusión no solucionaba nada en esta vida. La ilusión no traía la dicha con ella. Por tanto, la felicidad no era eterna. 

Se aferró a la verdad de su razón. En ese camino encontraría la dicha y, con ella, la verdad.

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