José dejaba que aquellas palabras entraran en su interior y le fueran abriendo nuevas ideas que le explicaran el funcionamiento de su ser, de su cuerpo, de su mente y de su vida. La idea y la práctica del silencio, de la paz, de la tranquilidad venía ahora del campo de la ciencia. No eran ideas de grandes maestros de antaño que resonaban en nuestros oídos.
La ciencia armada con un potencial maravilloso de instrumentos ha tenido acceso a los cambios en el cerebro y los diferentes órganos del cuerpo. Y con ese estudio ha llegado a unos conocimientos que sencillamente hacían estremecer a José. Los datos así lo confirmaban.
La Universidad de Harvard ha publicado que un porcentaje de pacientes de entre el 60% y el 90% tiene que ver con disfunciones emocionales, tóxicas. La ira, el resentimiento, la frustración, la desesperanza, la impotencia, creaban el desequilibrio que impelían a las personas a buscar soluciones, y conversaciones con su médico de atención general.
Era un dato para tener cuenta. Ese dato nos revelaba lo importante que era el silencio en nuestra vida para ir poniendo en orden nuestro estado interior. Así el silencio facilitaba la entrada en uno mismo. Disminuía el ruido mental continuo al que estaba entregado nuestra mente. Y esa situación lograba la disminución del dolor en la persona. Mejoraba la enfermedad. Facilitaba el encuentro con los demás.
José recordaba los momentos en su vida en los que, tras un período de tranquilidad, reflexión, silencio de su ruido mental, se centraba en el presente. Olvidaba su pasado. Y leía algunos textos que le llenaban de unas ideas agradables, amorosas y comprensivas. Sin darse cuenta se abstraía en lo que leía y olvidaba donde se encontraba.
Al salir de esos momentos, una nueva ilusión, una nueva energía renacía en su vida. Tenía una actitud distinta. Todo lo que le llegaba a su vida lo procesaba con mucha quietud, con mucha tranquilidad y con mucha precisión. “Era fenomenal”, se repetía para sí, “pasar estos momentos de tranquilidad y de serenidad”. Después de esos momentos, todo lo que ocurría se solucionaba de inmediato y con buenas actitudes y buenos acuerdos.
José reconocía que, en esos momentos, paraba su mente de su infatigable runrún y la centraba en esos pensamientos. La mente le obedecía y al centrarse en ideas maravillosas, el runrún se paraba y entonces toda una energía en forma de neurotransmisores recorrían sus venas y llegaban al cerebro. Le daban así momentos de placidez y de actitud estupenda.
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