Santiago pensaba en dos épocas de su vida en las que se había sentido un tanto indispuesto por el mal funcionamiento de su hígado. La primera sucedió en sus dieciséis, diecisiete años. Una gripe, inicialmente diagnosticada por el médico, desembocó en una hepatitis tipo B.
La otra le había sucedido en su etapa de madurez. Una piedra en el colédoco le paró en su inercia y se tuvo que recuperar después de una intervención endoscópica. Una temporada de falta de ánimo, de ilusión, le creó muchas dudas. Finalmente se recuperó y emprendió de nuevo su caminar en la vida.
Santiago veía que, en las dos ocasiones, su ánimo había decaído con anterioridad a la manifestación en el cuerpo. Dos momentos de su vida que habían seguido un mismo patrón: Baja de tono anímico, y después, alteración de su funcionamiento físico.
Estos pensamientos vinieron a su mente al leer las siguientes declaraciones: “¿No te das cuenta de que el ego sólo puede embarcarte en una jornada que únicamente puede conducirte a una sensación de futilidad y depresión?”
“Buscar y no hallar no puede ser una actividad que brinde felicidad”.
“¿Es esta la promesa que quieres seguir manteniendo?”.
Santiago era consciente de que ese período negativo le había asaltado en esas dos ocasiones. Sabía también la influencia del pensamiento en la salud. El funcionamiento del cerebro en las épocas bajas no producía el mismo tipo de hormonas saludables.
Ahora entendía mucho mejor el patrón que había seguido. Debía descartarlo totalmente. Le encantaba mucho más la afirmación siguiente: “El Espíritu Santo te ofrece otra promesa, la cual te conduce a la dicha”.
“Pues Su promesa es siempre: “Busca y hallarás”, y bajo su dirección, no podrás fracasar”.
"La jornada en la que el Espíritu Santo es tu guía es la jornada que te conduce al triunfo, y al objetivo que pone ante ti, Él Mismo lo consumará”.
Santiago observaba que el Amor, puesto en marcha por el buen espíritu, elevaba el ánimo, tonificaba la salud y el alma. Entre esos dos episodios con su hígado había tenido ocasión de verificarlo.
La ilusión, la alegría, la visión amplia y tranquila siempre le acompañaban en su vida cotidiana. Había hecho una buena decisión en su vida pasada. Seguiría haciendo la misma decisión. Vivir con ese entusiasmo con el que viven los nobles y sencillos de corazón.
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