Rafa sentía que estaba pisando arenas movedizas. Un lugar donde no se sentía totalmente seguro. Sus esfuerzos, en lugar de llevarle adelante, lo hacían hundirse más en las dudas, en las frustraciones y en las desesperaciones. Hacía todo lo que podía. Sin embargo, el resultado era evidente. No iba adelante. Estaba parado. Y lo peor de todo: estaba hundiéndose.
Sus esfuerzos, sus deseos, sus ansias, sus anhelos. Todo funcionaba en él. No faltaba nada para aplicar su energía. Nadie le podía exigir nada más. Pero, a pesar de todo, no encontraba el camino. No encontraba la solución. Estaba estancado. No sabía qué hacer más. En esos momentos, su mente empezó a jugar con él. Le planteó un juego.
Le preguntó: “¿qué harías si el coche se hubiera hundido en un lugar del que no pudiera salir por sí solo? Rafa le contestó de inmediato: “llamaría a una grúa”. Buena respuesta le contestó la mente. Dejarías de centrarte en ti mismo. Aceptarías que no puedes hacer nada más y pensarías en otra fuerza para resolver la cuestión.
Rafa comprendió que necesitaba otra fuerza para orientar su vida, solucionar su cometido. Buscó, buscó, buscó y halló la solución: “El instante santo (la puerta de entrada) no procede únicamente de tu pequeña dosis de buena voluntad”.
“Es siempre el resultado de combinar tu buena voluntad con el poder ilimitado de la Voluntad del Padre”.
“Te equivocabas cuando pensabas que era necesario que te preparases para Él”.
“Es imposible hacer arrogantes preparativos para la santidad sin creer que es a ti a quien le corresponde establecer las condiciones de la paz”.
“El Padre las ha establecido ya”
“Dichas condiciones no dependen de tu buena voluntad para ser lo que son”.
“Tu buena voluntad es necesaria sólo para poder enseñarte lo que son”.
“Si sostienes que no eres digno de aprender esto, estarás interfiriendo en la lección al creer que tienes que hacer que el alumno sea diferente”.
Rafa, por fin, se quitaba un peso de encima insoportable. A él le competía ofrecer la pequeña dosis de buena voluntad. La combinación con la Voluntad del Padre era ese misterio que se le revelaba. No tenía que hacer nada. Debía aprender y aceptar la enseñanza.
Reconocía, en sus profundos adentros, que esa posición de aparente humildad de no considerarse digno de aprender ese camino, era la torpeza mayor que cometía. El Padre le había dado toda la dignidad. ¿Quién era él para interferir en lo que el Padre había designado?
Inclinó su cabeza. Su mente emocionada, llena de gratitud, llena de verdad, llena de claridad. Una lágrima en sus ojos. Alegría en su pecho. Batir de alas en su corazón. Por fin se dejaba ver tal como Su Padre le creó. “Ese es el verdadero Rafa”, se dijo para sí: “Hijo del auténtico y genuino Padre Celestial”.
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