Mateo se adentraba en terrenos delicados, sensibles, importantes en su vida, y canalizadores de todos los proyectos diseñados en su mente. El asunto de las relaciones era una complejidad extrema. Se daba cuenta de que había cierta esquizofrenia implantada en su vida. Relaciones familiares, relaciones sociales, relaciones de trabajo, relaciones de amistad. Toda una constelación de intercambios que llevaban en sí sabor de vida, sabor de energía o sabor de muerte y de separación inevitable.
Se daba cuenta de que esas relaciones nos afectaban sobremanera. Cada persona vivía con sus relaciones. Eran la sal de la vida. Eran los motivos de su esfuerzo y de su lucha. Eran los medios que le hacían sentir vivo, completo y lleno de energía. Era ese mundo que le aprisionaba en momentos y en otros, lo hacía gozar con una liberación amada y bienquerida.
Casi sin darse cuenta vio de un modo súbito el secreto de la vida y de su misterio tantas veces indescifrable. ¿Cómo me relaciono? ¿Cómo se relacionan conmigo? ¿Cómo valoro a las personas? ¿Cómo las hago felices? ¿Cómo me hacen feliz? ¿Cómo me ayudan? ¿Cómo me molestan en ocasiones? ¿Cómo me liberan? ¿Cómo me aprisionan y me hacen sentir incómodo y preso de sus propuestas?
Toda una constelación de preguntas sobre su forma de dirigirse a los demás y como los otros se acercaban a nosotros. Con estas consideraciones en su mente se abría a la comprensión de las propuestas de aquellos pensamientos. Era una relación de Jesús, el Padre y de Mateo: “Sé humilde ante Él, y, sin embargo, grande en Él”.
El consejo era de Jesús. Mateo jugaba con esas dos palabras que había leído: “humilde y grande”. Aparentemente eran contrapuestas. Humilde provenía de la palabra “humus”. El humus era la capa más fructífera de la tierra con un gran porcentaje de carbono. Esa capa colaboraba activamente en la formación de nuevas plantas y en la productividad del suelo.
Era estupendo sentirse útil en la tierra, colaborador en el proceso, vital en la vida, comprensivo ante la nueva planta que abrigaba. Cuando el humus estaba presente, la vida florecía. La idea de ser sencillo y fructífero ante la vida, era una invitación maravillosa en la relación.
La humildad se refería a la relación con el Padre. Mateo entendía que esa relación era la oportuna ante cualquier persona. Cada persona era Hij@ del Padre. Por ello, debía tener esa visión tan clara en su vida que no solamente se le invitaba a ser humilde ante el Padre, sino humilde ante cada Hij@ del Padre. Eso cambiaba el objetivo de todas sus relaciones. Era un elemento vital para su vida. Una felicidad convertirse en esa capa fértil donde todos los que desearan acercarse pudieran florecer con su influencia.
Mateo decidía que debía ocupar la misma posición con las personas a las que se dirigía: ser la capa de humus sencillo que todo lo enriquecía. Era una actitud contraria a la idea de “no soy nada”. De pronto, Mateo comprendía que era una actitud de vida, de florecimiento, de ayuda, de maravilla sencilla, de colaboración y de visión profunda. Un hermoso significado encerrado en un elemento aparentemente sencillo, pero de resultados tan poderosos.
El segundo adjetivo lo dejaba perplejo al inicio: “grande en Él”. Si en el primer adjetivo se descubrió como animador del proceso con el florecimiento de vida, en el segundo adjetivo, descubría donde estaba su grandeza. Era junto con el Padre. Grande en él. Grande en la unión. Grande en el conjunto. Grande en la identificación. Las relaciones nos daban el foco. La idea quedaba clara. No somos grandes ante los demás. Somos grandes con los demás. Unidos somos grandes. Fundidos entre nosotros somos grandes.
La grandeza era conjunta. La grandeza era de los dos. Así Mateo vio que en sus relaciones su función era importante y decisiva. Por un lado, era un elemento enriquecedor del florecimiento del otro. Por otro, una unión en la grandeza. Dejaba de lado esos adjetivos que antes tenía totalmente confundidos. Su función en la humildad era vital para los demás. Su función en la grandeza era la grandeza de, como mínimo, dos.
Mateo elevaba sus ojos al cielo. Veía las nubes en movimiento. El cielo azul se abría. El sol lanzaba sus rayos a todos lados. Las relaciones en Mateo habían cambiado. Un nuevo horizonte, un nuevo campo, una nueva vida se le había revelado. Ahora tenía en su corazón, con su significado preciso, la humildad del florecimiento y la grandeza con el otro, los otros, en plenitud de comprensión y amor.
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