martes, noviembre 22

EL PASADO ENSEÑO LA LECCIÓN Y SE ESFUMÓ

Guillermo estaba dándole vueltas a unos incidentes que habían sucedido hace algunos años en su vida. Le habían dejado una profunda huella. Lo peor de todo era la sensación de culpabilidad que le habían impreso en su mente. No podía deshacerse de esa culpabilidad. Era como un deber repetitivo que debía realizar para sentirse un tanto mejor en su interior. Así vivía, cada día en su presente, ese pasado con el cual no se había reconciliado.

Parecía una planta que debía regar cada momento, cada ocasión, cada circunstancia donde no se sentía bien. En esas sesiones se fustigaba con su pensamiento. No podía olvidar su pasado. Le habían dicho que olvidar el pasado era como renunciar a sí mismo. Guillermo no quería faltar a ese deber. Era parte de su vida. Recordar, recordar, darle vueltas, hablar en su mente, era todo su desafío. 

El tiempo pasaba, pero el dolor no disminuía. El tiempo transcurría, pero la sensación de actualidad siempre reverdecía. Una rueda giratoria que se enrollaba y se desenrollaba en sus argumentos, en sus palabras, en sus pensamientos y en el movimiento de sus labios. Se había dado cuenta de personas que iban por la calle e iban moviendo los labios. Guillermo pensaba que hacían, como él, el mismo movimiento: darles vueltas a las cosas. 

Alguien le comentó, en una ocasión, que las incidencias del pasado ya habían pasado. Nada nos podía anclar a un momento del tiempo. No nos debíamos impedir seguir viviendo y experimentando nuevas sensaciones, nuevos descubrimientos. Las lecciones del pasado ya nos dieron su lección. Era como repetir continuamente la tabla del siete porque nos costó en su aprendizaje. Nadie repetiríamos esa tabla porque ya la sabíamos y ya terminó su lección. 

Otra persona le comentó que debía dejar pasar los incidentes de la vida. No debía retenerlos. Caminar con ese fardo le impedía valorar el presente. Ese presente que siempre vivíamos con toda intensidad. Si la mente estaba ocupada por esos momentos del pasado, no podía saborear, con todo su placer, el presente siempre fresco y hermoso. 

Era como repetir una escena de una película continuamente con tintes de obsesión, ceguera y obcecación. Los incidentes estaban para aprender de ellos la lección. Una vez aprendida ya no tenían ninguna otra función. Había que quitar de ellos toda culpabilidad. Esa culpabilidad que nos ligaba a esas incidencias. Y, quizás por ese sentimiento de falta, se creía que, con su repetición, se redimían. 

No había ninguna redención en la repetición. La redención estaba en la desaparición. “Eso de lo que has sido salvado, ha desaparecido”. Guillermo empezaba a comprender el concepto de vivir en el presente. Podía aplicar al tiempo ese concepto de democracia: darles a todos los instantes de la vida la misma oportunidad. No tenía sentido darle importancia a unos momentos frente a otros. Todos formaban parte de la línea de su vida. 

Y todos los momentos de su vida pasaban por el presente. Una vez vividos, aprendidos y disfrutados, todos completamente superados y llenos de felicidad, se debía seguir viviendo el presente como el foco del tiempo donde se refleja, con claridad, la mejor visión de la vida en toda su belleza y bondad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario