Manuel estaba considerando su interior. Recurría a él para clarificar muchas incidencias del exterior. Eran momentos de tranquilidad. Esa paz que ponía todas las cosas en su sitio y arrojaba luz para ver las adversidades en su ángulo esencial. Así las comprendía mucho. Reconocía que esa unión de pensamiento y serenidad lo aquietaba y le daba una profundidad comprensiva que de otro modo no la podía alcanzar.
Su mente estaba preocupada por uno de sus amigos. Un hombre sensato, mayor, pensador, amplio, auténtico. Unas tristezas recurrentes brotaban de su interior. No podía aceptar muchas presiones que recibía de personas cercanas de su entorno. Manuel le sugería que enfrentara la verdad con las personas debidas. Pero, la respuesta siempre era la misma: “no puedo causar tanto daño en el alma de una persona si le comparto lo que me hace sufrir”.
Había aceptado su papel de víctima. Creía que la vida era un valle de lágrimas. Aceptaba que la alegría y la tristeza eran las compañeras de su alma. Un papel de sumisión que solamente hacía perpetuar su situación. Ningún viso de superación aparecía. Era triste aceptar, en una persona tan sabia, esos componentes de su vida.
Manuel le compartía la posibilidad de elegir. La posibilidad de construir su vida con unos componentes distintos, diferentes, animadores, ilusionantes, con colores del arco iris en su horizonte. Todos sus esfuerzos se estrellaban contra la barrera de sus esenciales planteamientos.
Cuando se descubría que todas las incidencias de la vida eran reflejo de nuestras elecciones, se reconocía la intervención de cada persona en la creación de su realidad personal. Manuel eligió respetar a su amigo. No quería cargarlo con la idea de que sus planteamientos le estaban proporcionando las desdichas que estaba sintiendo. Quizás no era el momento.
Sin embargo, era una ley que nos acompañaba toda la vida. Todos éramos creadores de nuestra propia realidad. Cada día que pasaba entendía mejor esa ley. Al principio, le costaba mucho admitirlo. No concebía cómo era posible que uno mismo determinara, con sus elecciones, su propia realidad. Pero, al cambiar, en su planteamiento de vida, algunas ideas, se dio cuenta del escenario distinto que había creado en su existencia.
Pensaba de modo distinto. Concluía de forma diferente. Comprendía las situaciones de forma tan distinta que, lo que antes eran problemas graves en su vida, ahora se habían convertido en incidencias dignas de una sonrisa interior. Es decir, no le afectaban nada. Se había liberado de una forma impensable. Trataba de compartir esa visión de vida con su amigo. Era la solución a sus momentos delicados que pasaba.
Así pasaban los días. Se daban apoyo, comprensión, palabras de ánimo. Algunos pensamientos sinceros y, sobre todo, un amor que llenaban las lagunas de los inconvenientes de libertad y resplandor. Siempre tenían a mano una mirada comprensiva y una actitud de intensa ilusión.
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