Juan se quedaba atónito ante aquella historia que le llegaba a sus manos. Una persona hacía un regalo a otra. El que lo recibió le expresó su profundo, sincero, y comprensivo agradecimiento. “Era lo normal”, pensó Juan. La persona de bien y de bondad sabía agradecer cualquier gesto de atención, de cariño y de generosidad de otros hacia él. La respuesta de la persona que entregaba dejó pensativo a Juan.
“Soy yo el que está agradecido a ti por haber aceptado mi regalo”. Esta actitud era nueva en la mente de Juan. Nunca había leído algo similar. Era cierto que, al compartir con el corazón contento, sencillo y humilde, la alegría en el dador era infinita. Comprender a los demás y vivir con ellos nuestros pequeños gestos era una completa felicidad.
Juan veía que una actitud de agradecimiento nacía en su corazón por todas aquellas personas que realmente aceptaban sus detalles de cada día. Y, en esa línea, comprendía el significado de los siguientes textos que se deslizaban ante su vista: “la preparación para el instante santo le corresponde a Aquel que lo da”.
“Entrégate a Aquel cuya función es la liberación”.
“No usurpes su función”.
“Esto es lo que hace que el instante santo (puerta de entrada) sea algo tan fácil y natural”.
“Tú haces que sea difícil porque insistes en que debe haber algo más que tú tienes que hacer”.
“Te resulta difícil aceptar la idea de que sólo necesitas dar un poco para recibir mucho”.
“Y te resulta muy difícil entender que no es un insulto personal el que haya tal desproporción entre tu aportación y la del Espíritu Santo”.
“La salvación es fácil de alcanzar precisamente porque no te pide nada que no puedas dar ahora mismo”.
Juan entendía mucho mejor la actitud de aquella persona que dio y agradeció al que recibió por aceptar su detalle. En el camino del amor, los que comparten agradecen a aquellos que los aceptan. Con nuestro Padre Celestial pasa lo mismo. Él nos agradece plenamente que recibamos su don.
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