miércoles, diciembre 7

EL CIELO EN TU INTERIOR

Rafa recordaba con mucho afecto y con mucha intensidad aquel incidente de un severo dolor de muelas a las dos de la noche. Era joven. Tenía quince años. Unos años donde la salud bucodental estaba poco desarrollada. Todavía recordaba en los periódicos las campañas para utilizar el cepillo de los dientes.

Algunas páginas, además de la imagen del cepillo a gran escala, daban instrucciones para realizar los movimientos adecuados en la limpieza de la boca. Las imágenes de aquellos momentos culturales todavía se paseaban por su cabeza. Admitía que le gustaban los dulces. Los saboreaba. Su cuerpo los admitía bien. Pero, los residuos en la boca atacaban los componentes del diente. 

Desde muy joven, Rafa vio cómo iba perdiendo sus muelas. Hacia los veinte años no disponía de ninguna muela. Pero, aquella noche de dolor, a hora tan intempestiva, su madre, con los medios que disponía, trataba de calmar ese intenso dolor que le quitaba la paz, el sueño, la paciencia y su equilibrio. Sin lugar a dudas, el cuerpo se quejaba. Informaba de que algo no iba bien. 

Durante varias horas estuvo unido a su madre. Ella con la plancha iba calentando los paños para dar calor a la zona y tratar de desinflamarla. Rafa se ponía los paños calientes. Sentía la sensación del calor balsámico y, además, el cariño añadido de un ser que se fundía con él en esos momentos de la madrugada. Pasadas las horas el dolor remitió. Recobró el sueño y pudo dormir cierto tiempo antes de ir al trabajo. 

Aquel sencillo incidente le hizo ver, en su madre, un ser magnífico. Reconocía que había entregas más allá de todo pensamiento. El agradecimiento era inmenso. La relación tomó un nuevo tipo de unión. Era joven e iba descubriendo, con su consciencia, estrechas relaciones con su madre. Lo hacía sentir bien. Le daba una paz insospechada. Lo valoraba. 

El tiempo no podía quitarle esa sensación que se grabó esa noche en su alma. Reconocía que aquel momento fue un cielo a pesar del dolor. Su madre y él eran una sola realidad. Sus mentes estaban totalmente unidas. Rafa pensaba en su bondad, en su esfuerzo, en su sacrificio, en sus palabras de aliento, de tranquilidad, de ayuda, de comprensión. Rafa se reflejaba en la atención de su madre y su madre se reflejaba en la necesidad de él.

Así entendía ese párrafo que había caído en sus manos: “El Cielo no es un lugar ni tampoco una condición”. 

Es simplemente la conciencia de la perfecta unidad y el conocimiento de que no hay nada más: nada fuera de esta unidad, ni nada dentro”. 

Esas sensaciones de unidad vibraban en Rafa con mucha ilusión. Una lección hermosa, la aprendió aquella noche con la solicitud de su madre. La unidad era una realidad. No era una utopía. No era un deseo. No era una esperanza. La unidad se vivía. 

Esa noche, en esos momentos, compartió con su madre el Cielo. Ahora debía ir expandiendo esa unidad con lo que realmente significaba unidad: todas las mentes estaban unidas. No había separación. Una verdad que vibraba en su alma.

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