miércoles, diciembre 21

LA VERDAD DEL PERDÓN

David hacía tiempo que había descubierto que lo mejor de la vida estaba en los detalles de la vida diaria. No se trataba de hacer grandes planes para conseguir grandes felicidades. Sencillamente, se trataba de encontrar, en las incidencias de cada día, ese rayo de sol que cambiaba la mirada y alegraba el alma. 

Por ello, agradecía cualquier descubrimiento, cualquier cosa nueva que llegaba a su vida desde el campo de la naturalidad, de la normalidad, de los saludos que compartía su corazón pleno. Una frase sencilla era capaz de despertarle nuevas emociones en su interior. Lo agradecía sobremanera. 

“El perdón deshace únicamente lo que no es verdad, despejando las sombras del mundo y conduciéndolo – sano y salvo dentro de su dulzura – al mundo luminoso de la nueva y diáfana percepción”. 

David veía el perdón en una nueva luz, en una nueva dimensión. Era algo nuevo y maravilloso. El perdón deshacía únicamente lo que no era verdad. Así, en el perdón, no había una parte que ofrecía no sé qué y otra parte que recibía no sé qué. El perdón abandonaba el nivel del error, de la no-verdad, de las sombras, de la equivocación. 

El perdón deshacía el error y ofrecía el nivel de verdad perdido. La relación se había restablecido en su auténtica realidad, en su auténtica verdad, en su auténtica naturalidad. El agradecimiento salía de las dos partes. El agradecimiento era la ofrenda que daban tanto el que lo daba como el que lo recibía. 

Nadie había hecho una cosa extraordinaria, ni nadie había recibido una cosa extraordinaria. La verdad se había restablecido. La relación había reemprendido su camino. Ese era su enorme tesoro escondido. David veía que, con ese nuevo planteamiento, se superaban muchos escollos del perdón. Descubrir otra vez la verdad, vivir la verdad, era su recompensa total. 

Con esa idea de verdad en la mente, tanto el que ofrecía perdón, como el que aceptaba el perdón, se sentían atraídos por la verdad. La verdad los volvía a envolver en su manto de luz y nueva mirada. Las percepciones cambiaban. La relación se restablecía en una nueva luz, desconocida anteriormente. 

El que perdonaba sentía que no podía vivir la verdad en sí mismo. La verdad era superior a él mismo. La verdad era su corazón compartido. Ofrecía esa verdad a la otra persona desde la unión, desde la comprensión, desde la mirada unida de dos libertades encontradas. 

El que recibía el perdón sentía la verdad de la dicha preciosa de la relación restablecida. Sabía que, más allá del error, de las sombras, de la equivocación, había rayos de esperanza en el fondo de su corazón. Sentía que su interior latía por una verdad superior que existía en su horizonte. Elegía, desde su libertad, esa verdad que le llamaba con cariño, con ternura, con amor. 

Las dos libertades unidas en un mismo propósito: la verdad. Las dos libertades fundidas en una misma idea: la comprensión. Las dos libertades conjuntadas en un mismo sentir: el amor. Libertades liberadas en el nivel de la verdad. Libertades elevadas a una comprensión mucho más aguda. Los dos seres resultaban igualmente bendecidos. Nadie daba ni recibía. Los dos daban. Los dos recibían. Los dos descubrían. 

Los dos, el que daba perdón, y el que recibía perdón, se centraban en salir de la equivocación. Los dos se necesitaban. Sin su unión, el amor no podía darse en toda su expresión. La nueva verdad bendecía a los dos. 

Así David veía la verdad del perdón: “El perdón deshace únicamente lo que no es verdad, despejando las sombras del mundo y conduciéndolo – sano y salvo dentro de su dulzura – al mundo luminoso de la nueva y diáfana percepción”.

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