Lucas se quedó sin habla cuando oyó a su sobrino repetir aquellas palabras: “Sí, soy malo. Me lo repetís de continuo. Me comporto, entonces, como malo, como esperáis que yo me comporte”. Por unos instantes no pudo reaccionar. Fue una lección sentida, vivida, y dolorosa de los modelos que vamos aplicando a los otros. Nunca hubiera pensado que esas palabras, dichas para que cambiara su actitud, se convirtieran en la esencia de su conducta.
Le hizo pensar, reflexionar. Recordaba sus primeros años como docente. Su director siempre buscaba destacar algún detalle positivo en él, cada vez que se encontraban en cualquier ocasión. Eso le hacía a Lucas sentirse apreciado, admirado, apoyado y querido. Por ello, se sentía pleno y motivado a alcanzar los mejores niveles de excelencia en todo lo que hacía.
Al escuchar a su sobrino, veía que hacía lo mismo que él en sentido contrario. Remarcar de continuo alguna característica nuestra tiene su efecto sobre nosotros. Si el comentario es positivo, nos anima. Si es negativo nos rebela y nos desanima. Lucas notaba que somos sensibles a esas aprobaciones y reprobaciones.
A pesar de las risas, de los chistes y de la actitud aparentemente jocosa de algunas observaciones, todas dejaban su huella en el alma. Saber poner de relieve las buenas virtudes de una persona de una forma adecuada, oportuna, certera y sincera, era un poder maravilloso motivador en las personas. Él lo sentía con su director. Su sobrino, en su proceso de educación.
La reacción que Lucas tuvo en su interior respecto a su sobrino, le llevó a hablar con sus familiares. Les compartió que, si deseaban motivar al muchacho, debían fortalecer sus virtudes y dejar de lado sus fallos, sus despistes, sus descuidos, sus reacciones. Había leído en un libro, que le había impresionado, cómo interpretaba las reacciones de su sobrino. Las consideraba como peticiones de amor.
Era una manera natural de decir que necesitaba ser tenido en cuenta y que alguien le dijera que le amaba. Las personas, generalmente, no se sienten bien al expresar que necesitan un poquito de amor, un poco de atención, una palabra dulce y placentera que le alivien la soledad y el dolor de sus pensamientos negativos sobre ella misma.
Todos nos sentiríamos incómodos con esa expresión. Nos solemos encerrar en nosotros mismos. Pero, el malestar sigue dentro. Sólo falta una chispa para hacernos explotar esa realidad contenida, comprimida y dolorosa. Por ello, Lucas veía que los seres humanos pedían ser tenidos en cuenta a partir de expresiones de rechazo, de rebeldía, de disconformidad y de gritos fuera de tono en momentos inadecuados.
También encontraba salidas en las ideas siguientes: “Nunca solicites el instante santo (puerta de entrada) después de haber tratado de eliminar, por tu cuenta, todo odio y temor de tu mente”.
“Esa es Su función”.
“Nunca intentes pasar por alto tu culpabilidad antes de pedirle ayuda al Espíritu Santo”.
“Esa es Su función”.
“Tu papel consiste únicamente en estar dispuesto, aunque sea mínimamente, a que Él elimine todo vestigio de odio y de temor y a ser perdonado”.
“Sobre tu poca fe, unida a Su entendimiento, Él establecerá tu papel en la Expiación y se asegurará de que lo cumplas sin ninguna dificultad”.
Lucas entendía muy bien la reticencia personal a ser perdonado. El malestar que se produce al no sentir amor. A la fuerza aparente que el odio infundía a las personas. Descubría que eran trampas mortales en ese laberinto del victimismo personal autodestructivo. Las reacciones de su sobrino las habían puesto en evidencia una vez más.
Con una buena comprensión, con una nobleza sencilla en nuestra alma y un poco de buena voluntad, se puede dar la vuelta completamente a la situación. Todo un logro en los pensamientos. Con las ideas más claras, más nítidas, empezó a entender mejor a su sobrino. Se programó disponer de un tiempo para atenderlo y tener alguna que otra conversación. Una mano amiga hacía muy bien su función.
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