sábado, diciembre 3

DADOR DE PAZ, EQUILIBRIO Y BONDAD

Marcos se había quedado pensativo después de hablar con aquel doctor. Un hombre sobresaliente en su especialidad profesional y de muy altas cualidades humanas en sus relaciones con los pacientes. Tenía la sospecha de que el amor jugaba un lugar importante en la evolución de las dolencias. No todos los enfermos reaccionaban de la misma forma a los mismos tratamientos. 

Esa característica le había hecho pensar mucho a lo largo del ejercicio de su profesión. ¿Por qué el cuerpo, que es el mismo en todos los pacientes, reaccionaba de una manera distinta ante el mismo tratamiento, ante las mismas sustancias? El doctor pensaba que el cuerpo era muy fiel en sus procedimientos y las sustancias eran las mismas en todos los casos. En esos dos campos no había variables. 

¿Dónde buscar esa variable? ¿Dónde encontrar una posible respuesta a esa diferencia de comportamiento? Ante esas preguntas, el doctor se adentró en la vida de las personas, en su afectividad y en el trato recibido tanto por los facultativos que los atendían como de los familiares que lo visitaban. Le dijo a su equipo las formas de cortesía, de bondad, de cariño, de acercamiento al paciente. Les hacía conscientes de la enorme influencia de su trato. 

Fue recogiendo experiencias, datos, reacciones, evoluciones y resultados. El doctor iba encontrando soluciones positivas cuando el enfermo se sentía cariñosamente tratado, amablemente atendido, con detalles de amor en los gestos y en el rostro de sus médicos y especialistas. El equipo del doctor siempre tenía una palabra amable, un comentario positivo, un estrechar la mano del enfermo, unos minutos de charla natural y de afecto. 

El doctor insistía a su equipo: “tratad al enfermo como la persona más querida de vuestra familia, de vuestro entorno. Ella se siente desvalida. Se siente perdida en nuestras jergas científicas. Sin embargo, son receptivos a nuestros contactos en la mano, a nuestras sonrisas, a nuestros ojos expresivos, a nuestros contactos naturales no forzados ni protocolarios. Ese es el campo donde, además de nuestra sabiduría científica, está nuestro poder para dar energía al cuerpo”. 

“Los datos no ofrecían duda”, le comentó el doctor a Marcos. “Sigo caminando en el descubrimiento del poder curativo que tiene el amor en esos casos”. Ese pensamiento le caló profundo a Marcos. Se zambullía en unas ideas que le hacían reverdecer sus ideales: “El significado del amor es el que el Padre Celestial le dio”. 

“Atribúyele cualquier otro significado que no sea el que Él le otorga, y te será imposible entenderlo”. 

Dios ama a cada uno de tus hermanos como te ama a ti, ni más ni menos”. 

“Al igual que tú, tiene necesidad de todos ellos por igual”. 

Marcos reconocía la actitud acertada de aquel doctor de entregarse, con toda su ciencia, con todo su interés y su profundo amor, a cada uno de los pacientes que le llegaban. La falta de distinción le hacía grande, muy grande. Su interés era máximo para salvar la vida con ciencia y con la ciencia del cielo: el amor. Los pensamientos de Marcos se precipitaban. 

Era maravilloso poder incorporar, en sí mismo, esa misma actitud del doctor. Ofrecer el amor a todos con esa idea en la mente: “Dios ama a cada uno de tus hermanos como te ama a ti, ni más ni menos”. Su corazón latía con fuerza. Su corazón se llenaba de una nueva energía. Sus pensamientos concluían: de la misma manera que el doctor no hacia diferencia, también él no debía hacer diferencia al ofrecer el amor. Una actitud en la que se jugaba la vida.

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