domingo, diciembre 18

LOS ERRORES SÓLO INDICAN EL CAMINO EQUIVOCADO

Josué estaba entrando en el fondo de su ser, en su alma, en su forma de ser. Entraba con la actitud de un científico. Había dejado, tiempo atrás, la idea de entrar con la actitud de tacharse de bueno, malo, culpable, molesto, incómodo, condenado, etc. En ocasiones, se había censurado por algún que otro error. En otras, se había castigado personalmente. 

Había crecido con esa idea y la había aplicado. Pero, al comprender que éramos personas de aprendizaje, es decir, lo aprendíamos todo, que íbamos conociendo a través del error, que era necesario experimentar, cambió enteramente su actitud. Dejó la censura, la culpa, el autocastigo, la incomodidad, el sufrir internamente por alguna metedura de pata. 

Puso en marcha la actitud del científico. Todo error no se convertía en censura y pena de sufrimiento. Todo error se convertía en un medio de aprendizaje. Lo estudiaba, lo reflexionaba. Sacaba la información y si, era oportuna, no volvía a repetir ese error. La información le había dado la idea de camino no propicio para su pensamiento. 

Ese cambio de actitud le había dado mucha paz, mucha tranquilidad. Ya no tenía miedo de entrar en su interior, de descubrir sus hallazgos, de valorar sus errores en la debida manera, de sacar las conclusiones lógicas. Era un deleite entrar en sus aposentos internos. Salía siempre más contento, más feliz, más afortunado, más sabio, más orientado en su camino por la vida. 

Sin lugar a dudas, era el mejor camino para ir formándose en la vida, para ir creciendo en sabiduría, para ir cambiando de rumbo, para fijar las direcciones y comprender mejor a los demás y a sí mismo. Esa tarde descubría dos errores en los que había vivido muchos años. 

Uno de ellos era creer que los demás pensaban como él lo hacía, reaccionaban como él reaccionaba, sentían como el sentía y así, juzgaba a los demás como si realmente fuera él mismo. De ese modo, solía sacar conclusiones erróneas de los demás en sus manifestaciones. 

Recordaba una anécdota de dos amigos que habían tenido un malentendido. El que lo había provocado quería disculparse. Pero nunca encontró el momento. Al cabo de los años le confesó a su amigo que había vivido interiormente con un peso dentro por haberle causado tanto enojo, fastidio y malestar. 

El amigo se quedó extrañado. Ya no recordaba el incidente. Entendió a su amigo. Lo perdonó. Y lo olvidó totalmente. No entendía la preocupación de su amigo. En eso, Josué veía la diferencia de las actitudes de las mentes frente a los vaivenes de las relaciones. 

Así reconocía que no todos concluían de la misma manera que él pensaba. Cada persona tenía sus cualidades y sus especificidades. Así algunas personas les daban importancia a detalles a los que él no se las daba. Y viceversa, él les daba importancia a cualidades que los demás no se las daban. 

Reconocía que ese conocimiento le aliviaba de muchos errores y malentendidos: momentos de confusión, y, en algunas ocasiones, de fuertes disgustos. Vivir en el aprendizaje una delicia. El segundo error lo dejaría para su meditación del día siguiente. Ese día se sentía pleno con sus descubrimientos.

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