viernes, diciembre 2

LA PARTE MARAVILLOSA

Mateo estaba pensando en la conversación que había tenido con ese vecino mayor que le había estado compartiendo un bosquejo de su vida. Lo veía desanimado, un tanto vencido, molesto consigo mismo, contrariado con las veces que no había seguido sus propias metas, sus propios objetivos. Momentos de la vida que caían como gotas de lluvia teñidos de amargura y cierta melancolía.

Mateo lo veía como una gran barcaza arrastrada por las olas, por las corrientes marinas. Había sido empujada contra una escollera. No había podido cambiar la dirección. A pesar de todos sus esfuerzos, las corrientes de la vida, las corrientes del mar, le habían superado en todos los frentes. Desprovisto de fuerzas y de ánimo, se veía encallado entre las rocas, totalmente vencido y desvencijado. 

Las palabras de ánimo apenas las conocía. Las palabras de coraje habían desaparecido. “He hecho todo lo que he podido, todo lo que he sabido, pero no me ha sido posible encontrar el camino para vencer y lograr mis ideas y mis deseos de superación”, le repetía ese vecino. Sus palabras finales eran una triste canción de desencanto: “soy un fracaso en el mar de los vientos”. 

A pesar de ello, Mateo no quería aceptar esa situación. Su interior se rebelaba. Quería superarse. Deseaba embarcarse en muchos proyectos. La vida era una oportunidad. Subir, subir, subir, era su ideal. Interiormente sentía que no podía llegar al final de su vida como su vecino. No lo podía concebir. Su fuerza y su energía luchaban en su alma. 

Unos pensamientos le enardecían: “Al prepararte para el instante santo (puerta de entrada), no intentes hacerte santo de antemano a fin de estar listo para él”. 

“Eso sería confundir tu papel con el del Padre”. 

“La Expiación no puede llegarles a los que piensan que primero tienen que expiar, sino sólo a aquellos que simplemente le ofrecen su buena voluntad para, de este modo, hacer posible su llegada”. 

“La purificación es algo que es únicamente propio del Padre, y, por lo tanto, es para ti”. 

Mateo no quería sentirse con esa sensación de soledad que su vecino le había transmitido. Esa sensación de impotencia. Desde sus células clamaba su superación y quería, con la ayuda del Padre, ir incorporándola en su vida. Esa sensación de compañía y de compromiso divino le llenaban el alma, el corazón, la mente, la ilusión y las mejores energías que se manifestaban en todo su entorno. 

Caminaría con toda su voluntad firme y resuelta. Dejaría que El Padre, caminando a su lado, fuera aportando esa energía, esa sabiduría, esa bondad que completaba a la persona en toda su extensión. Mateo se sentía contento por encontrar, en su vida, caminos de solución ante los escollos de las rocas del mar.

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