Benjamín le daba vueltas a aquellas palabras que le habían dicho. Se las repetía. “Eres una persona que siempre estás buscando algo más, algo más alto, algo más profundo. Parece que no estás satisfecho con lo que sabes, con lo que has logrado. Eres insaciable. Siempre estás buscando un punto más”.
Era su espejo delante de él. Tenían razón en esos planteamientos. Nunca paraba de descubrir y sorprenderse de tanta información que podía adquirir. Tenía una inmensa curiosidad, un gran anhelo de comprenderse y comprender a los otros un poco más. Era un fuego que le devoraba las entrañas. No podía pararlo. En ese fuego encontraba la plenitud de la existencia.
Benjamín sentía, en ese camino, que sus límites se ampliaban, sus capacidades crecían y su comprensión disfrutaba. Rompía con muchas afirmaciones inciertas y no demostradas. Abría su mente a la sabiduría. Ejercía esa acción con amor, prudencia, respeto, valoración y mucho tacto para no herir a nadie.
Muchos se habían acercado para sugerirle paciencia, tranquilidad, satisfacción personal y dejar de indagar en tantos y tantos sentidos. Le repetían que la vida era sencilla y que no debía complicarse en entenderla. Para Benjamín, esas propuestas eran tanto como renunciar a su vida, a sus anhelos y a su razón de vivir y existir. No los comprendía.
En algunos pensamientos encontraba la base de su intensidad en la vida. Escuchaba a aquel profesor con sus aportaciones sobre el funcionamiento del cerebro. Decía que según la actitud que tengamos tendríamos un mayor o menor riego sanguíneo en ciertas partes del cerebro.
Cuando se percibían amenazas, miedos, el sistema nervioso central enviaba menores cantidades de sangre al cerebro. Se elevaba la producción de ciertas hormonas negativas para el organismo como el cortisol y el glutamato. Esas hormonas destruían neuronas. Debilitaban el funcionamiento del cerebro. Era una situación equivocada.
En cambio, cuando había una actitud de reto, de desafío, de entusiasmo y de pasión, se producían hormonas como la dopamina y la serotonina que facilitaban la regeneración de neuronas. Se elevaba el riego cerebral. Así el cuerpo se preparaba para buscar nuevas respuestas a esa pasión encendida en el corazón.
Benjamín, sin darse cuenta, ponía en movimiento ese proceso de búsqueda basada en la pasión. Las hormonas estimulantes hacían su trabajo. Su alegría se elevaba. Sus descubrimientos le proporcionaban un gozo poco común. Era un disfrute continuo. Por ello, no podía dejar de seguir ese instinto innato de búsqueda de retos y desafíos. Era su vida. Era su alegría.
Esos fenómenos de la regeneración de neuronas y de la neuroplasticidad (creación de nuevas conexiones) duraban toda la vida. No decrecían en su actividad. Benjamín comprendía un poco, con esa explicación, la naturaleza de su búsqueda continua.
Veía que, según el funcionamiento del cerebro, lo natural era descubrir. Y en ese descubrimiento estaba la vida, la alegría del cuerpo, del corazón y de todo el bien que se hacía a sí mismo y a los demás con la comprensión.
Benjamín seguía pensando, ahora más relajado, esas ideas que le decían. Una sonrisa se dibujaba en su rostro. Una alegría le subía por el cuerpo. Una mirada lejana y emotiva, le cubría de paz: una sensación indescriptible de quieta serenidad y fuerza singular. La dopamina y la serotonina cumplían bien su cometido.
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