Sebas leía aquellas líneas y no podía dar crédito a esos pensamientos. Creía que eran locuras suyas que tenía cuando era joven y su novia se había ido de vacaciones al otro extremo del país. Las vacaciones llegaron. Eran novios de seis meses. La familia de ella se fue de vacaciones a su pueblo de origen. Entonces concretaron que no era prudente adelantar acontecimientos. Esperarían otro año para invitarlo a él.
La cuestión estaba clara. Debían aceptar los acontecimientos. Sebas aprovechó también para irse a casa de sus abuelos. Estaba en la costa. Un pueblo marinero. Un muelle que le atraía en las noches estrelladas. Solía pasear también por él durante el día. Se acostaba sobre aquellas inmensas piedras y miraba fijamente al cielo estrellado.
Allí en el cielo, se fijaba en una luz que sobresalía. Le hablaba a esa luz. Seguro que su novia, desde su distante lugar, podría tener acceso a esa misma luz. Así empezaba su conversación. Mirando la luz, el cielo, la estrella, el rostro de su novia, la alegría que emanaba y la luz que le llenaba, charlaba con esa naturalidad de un corazón enamorado.
Su mente se hacía grande. Su cuerpo no se movía. Sus pensamientos volaban y cruzaban las distancias. Tenía la sensación de conectar con ella, de encontrarse juntos, de bailar en la oscuridad y de mirarse a los ojos como dos seres fundidos, llenos de amor y de encanto. Sensaciones nuevas recorrían sus cuerpos, sus pieles, sus latidos y sus respiraciones. La unión, en aquellos instantes, era fuerte, amable, agradable y poderosa.
Pasado el encuentro, se incorporaba. Su vista miraba al frente e iniciaba el camino de regreso a casa. Sebas pensaba en la locura de sus propuestas. Sin embargo, los momentos pasados eran inimaginables. Cada día repetía el encanto con ese mismo escenario. La bóveda celeste era mudo testigo de sus ilusiones y de sus andanzas en el pensamiento.
“Todo el mundo ha experimentado lo que podría describirse como una sensación de ser transportado más allá de sí mismo”.
“Es una sensación de habernos escapado realmente de toda limitación”.
“Si examinases lo que esa sensación de ser “transportado” realmente supone, te darías cuenta de que es una súbita pérdida de la conciencia corporal, y una experiencia de unión con otra cosa en la que tu mente se expande para abarcarla”.
“Esa otra cosa pasa a formar parte de ti al tú unirte a ella”.
“Y tanto tú como ella os completáis, y ninguno se percibe entonces como separado”.
Sebas no podía creérselo. Era una descripción de lo que él vivía en aquel muelle acostado pensando en su novia. Al volver de esos encuentros, sus abuelos le preguntaban de dónde venía. Sebas les informaba que había estado en el muelle. Sus abuelos se quedaban sorprendidos y le decían que, de noche, no había nada que ver allí. Sebas no se atrevía a compartirles lo que hacía. No quería que lo tacharan de loco.
En esas líneas, estaba contento por sentirse comprendido. Él mismo se decía que era peculiar y que era una locura. “Lo que realmente sucede es que has renunciado a la ilusión de una conciencia limitada y has dejado de tenerle miedo a la unión”.
“El amor que instantáneamente reemplaza a ese miedo se extiende hasta lo que te ha liberado y se une a ello”.
“Y mientras esto dura no tienes ninguna duda acerca de tu Identidad ni deseas limitarla”.
“Te has escapado del miedo y has alcanzado la paz, no cuestionando la realidad, sino simplemente aceptándola”.
Haz aceptado esto en lugar del cuerpo, y te has permitido a ti mismo ser uno con algo que se encuentra más allá de este, al simplemente no permitir que tu mente esté limitada por él”.
Sebas se sentía comprendido, por primera vez, en su vida, en ese incidente que había tenido de la separación de su novia. No solamente no estaba loco. Estaba muy acertado en esa amplitud de la mente que derribaba claramente todas las barreras físicas de la incomunicación.
El amor, como siempre, ponía esa pizca de ilusión que hacía volar en pedazos la distancia física de la separación.
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