martes, diciembre 6

UNIDAD, UNIÓN, AMOR, COMPRENSIÓN

Pablo estaba sorprendido. Estaba considerando el planteamiento del “ego”. Después de mucho tiempo conociendo el campo del “ego”, había descubierto su forma de actuación. El “ego” disponía de la separación, la soledad y el miedo. Tenía, entre sus propósitos, fomentar la separación con la crítica y la ridiculización. La humillación era su arma favorita. Ganar siempre era su arma secreta. Saber más que los demás, en todos los sentidos, su ilusión. 

Recordaba unos ejemplos que le habían llegado de la mente del “ego”. Le pintaron una circunferencia y un punto en el centro. Le preguntaron qué veía. La respuesta era evidente: una circunferencia. Y le especificaron qué es lo que veía dentro de la circunferencia. La respuesta evidente, otra vez: Un punto central. El profesor le dijo que la mente del “ego” se fijaba en la diferencia y que no veía el 99,99 % del espacio en blanco. 

Y eso, referido al comportamiento de una persona, era una injusticia suprema. Pablo asintió con su cabeza. Recordaba una persona con la que tenía una estrecha relación. El intercambio era excelente. Las cualidades estupendas. Se entendían en todos los campos. Pero, si, en alguna ocasión, tenía un desliz, un revés, dicha persona se lo hacía ver con palabras duras y acusadoras. Pablo se revolvía ante esa reacción. No llegaba a entenderlo. 

Era una persona generalmente buena, amable, generosa y comprensiva. Pero, sentía una injusticia que le hicieran observar, con tanta dureza, sus reveses que le ocurrían muy esporádicamente. Él también se hacía la misma pregunta. ¿Por qué, si me comportaba el 99,99%de forma admirable, se debería ser tan duro con ese 0,01% de error? Con aquel ejemplo de la circunferencia entendió muy bien la focalización de la mente del “ego”. 

La mente del ego veía sólo el error, el punto de la circunferencia. No veía el resto de blanco luminoso que se expandía alrededor. Un blanco amplio que llenaba el espacio. Pablo descubrió que la mente del “ego” no veía la verdad, no podía valorar la maravilla de la otra persona. No la veía. No podía verla. Su foco estaba centrado en el error, en lo diferente. Con esa idea del punto, del error, la mente del “ego” tenía miedo. Veía en el otro el error que le amenazaba. 

¿Cómo defenderse del miedo? La respuesta era clara: señalándolo claramente, atacando a la persona, focalizando su error. Pablo se maravillaba también de la mente del “ego” que vivía en él. Ante tal injusticia, el “ego” le decía que se sintiera como una víctima. Ese sentimiento de víctima le hacía sufrir, padecer, poner en marcha emociones negativas y vengativas hacia los demás. Al final, una no-verdad, una visión equivocada, enfrentaba, por ese punto de la circunferencia, a dos personas. 

Las dos discutían de una falsedad. Lo falso, por su focalización, se había convertido en una “verdad” en sus discusiones, en sus emociones y en sus sentimientos. Pura focalización de la mente del “ego”. La mente recta se basaba en la unidad, en el amplio espacio de blanco luminoso que destacaba sobremanera en aquella superficie, en aquella alma dentro de cada persona. 

Pablo, en aquella mañana, ante esa injusticia que sentía en su alma por ser atacado por su 0,01%, decidió recurrir a su mente recta. Se llenó de amor, de comprensión, de cariño y afecto. Y decidió dejar de lado la mente del “ego”. Por fin quería ver la amplitud de la blancura de la circunferencia en los demás y en sí mismo. La alegría, la ilusión, el entusiasmo le brotaban con espontaneidad. Una felicidad saber que la verdad estaba en nosotros. 

En esa mente recta que nos hacía ver la inmensa luminosa verdad que brillaba en nuestro ser y en nuestra maravillosa realidad de nuestro espíritu.

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