martes, diciembre 27

VERDADES SENCILLAS Y FULGURANTES

Mateo estaba feliz. Los días navideños le habían llenado de muchos momentos de afecto y de cariño. Lo compartía con todos los amigos, los familiares y todos los conocidos. Era una forma de afirmarse que la esencia básica del ser humano era el amor, y el amor en la pura libertad. En uno de esos momentos de tanta alegría, un incidente menor le hizo saltar y mostrar su enojo. 

Mateo se daba cuenta de que sus planteamientos estaban equivocados. Le había hecho caso a una voz interior que le decía que debía enfadarse, hacerse valer, imponerse y decir claramente la equivocación de las otras personas. La fuerza de la otra voz, que le orientaba en la otra dirección, era débil en su conciencia y no lograba hacerse oír con claridad. 

Mateo se consideraba a sí mismo bien. Pero, esa pequeña incidencia le hablaba de su imperfección y de sus fallos personales. La libertad jugaba sus bazas. Los pensamientos pasaban rápido y la tendencia al enfado se hacía notar. Esa noche decidió no incidir en sus errores y en sus personales mortificaciones que, de vez en cuando, ocurrían. 

Se enfrentó a su error con espíritu constructivo. Vio que no podía justificarlo de ninguna manera. Se había exaltado por una idea errónea en su mente. Sin darse cuenta, esa idea le había vuelto a jugar una mala pasada. Con tranquilidad decidió que era ya hora de dejar de lado esa idea y de no escucharla nunca más. 

En esa ocasión, Mateo se consideraba fuerte y lleno de convicción personal. Lo había hecho ya con varias ideas que le habían producido muchos pesares. Esa idea que debía olvidar ahora, era una idea más. La comprensión de la situación le allanaba el camino, le facilitaba la comprensión. Tenía mucha confianza en ese autor que le dijo que, si comprendía bien lo que pasaba, estaba superado. 

En esa línea de pensamiento repasaba, en su mente, aquellas palabras: “En cuanto que verdad, el pecado es inviolable, y todo se lleva ante él para juzgarlo”. 

“Mas si el pecado es un error, es él el que tiene que ser llevado ante la verdad”. 

“Es imposible tener fe (unión) en el pecado, pues el pecado (separación) es falta de fe (unión). 

“Mas es posible tener fe (unión) en el hecho de que cualquier error puede ser corregido (y se restablece la unión)”. 

Mateo se repetía a sí mismo que esa incidencia, que le había sucedido, era un sencillo y simple error. No era nada más. No había por qué mortificarse. No había por qué sentirse culpable. No había por qué sentirse contrariado. Los errores se corregían y no tenían más importancia.

Le encantaba encontrar en los libros afirmaciones que le daban respuesta a las ideas de su mente y de su corazón. Así tenía la sensación de formar parte de una sabiduría universal. Una sabiduría que emanaba desde el fondo del corazón y orientaba, en el camino, a todas las personas interesadas en comprenderse a sí mismas. 

Mateo se relajaba, se tranquilizaba, descansaba. Tenía la visión de que el alma humana era muy hermosa. Vibraba en muchas mentes. Le llegaba hasta su interior con esa convicción interna de que formaba parte de esa alma universal que nos unía sobre todas las cosas, sobre todas las diferencias, sobre todos los inconvenientes. 

La sensación de unidad se agudizaba en sus latidos fervientes, llenos de alegrías inmensas en esos días navideños: manos amantes, amigables y cariñosas.

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