domingo, diciembre 11

EL PRESENTE: PUERTA DE ENTRADA A LA ETERNIDAD

Ricardo estaba jugando con los tres tiempos verbales: el pasado, el presente y el futuro. Desde pequeño había aprendido la existencia de los tres tiempos en la conjugación verbal. Se reconocían por sus diferentes terminaciones. Así que no había duda de su existencia. Su mente estaba dividida, respecto al tiempo, en tres compartimentos. No había duda de ellos. 

Las dudas le habían surgido cuando había leído que realmente no vivíamos nada más que el presente. La vida real se desarrollaba en el presente. El pasado lo vivíamos en el presente. El futuro lo vivíamos en el presente. Y el presente se vivía en el presente. Ricardo notaba que hablar del pasado era lo más normal. Se hablaban de cosas ocurridas. Pero, ahora tenía una conciencia más clara que sólo se vivía el presente. 

También había notado que se disponían muchos más tiempos del pasado que de cualquier otro tiempo. El futuro tenía solamente dos tiempos. El futuro eran nuestras decisiones, sobre los días venideros, hechas desde el presente. Cada día llegaba y se vivía como presente. Cada día amanecía y nosotros solamente vivíamos en el presente. Admitía que aquella cita, que había leído, tenía razón: solamente vivíamos el presente. 

La mente, en cambio, siempre estaba situada en el pasado o en el futuro. El pasado tenía una fuerte presencia. Las conversaciones giraban sobre el pasado y se hacían normalmente los comentarios. Unas pocas palabras sobre el presente tomaban los saludos y los intercambios. Ricardo se planteaba: ¿si solamente vivíamos el presente, por qué no teníamos una sensación de presente con mayor fuerza en nuestra vida?

Vivir el presente era como parar el tiempo. La idea de parar el tiempo le desafiaba. Quería saber cómo se podía parar el tiempo. La definición que obtuvo empezaba a interesarle mucho. El tiempo se paraba cuando había presencia. Y la presencia se efectuaba cuando existía una escucha interesada. Los niños cuando escuchaban siempre lo hacían desde una escucha interesada. 

Ellos estaban absortos en aquellas palabras, en aquellas historias, en aquellas comunicaciones. Era como esa conversación bonita que habíamos tenido en alguna ocasión, como aquella lectura del libro que nos había entusiasmado, como aquel momento de música que nos había abstraído. 

El tiempo se había parado. Estábamos presentes, totalmente presentes. Era como esas ocasiones donde el tiempo había pasado y no nos habíamos dado cuenta. Habíamos perdido la noción del tiempo, de dónde estábamos y de la hora. Toda una creación de la experiencia. 

Los adultos perdían esa posibilidad de escucha interesada. La mente adulta pensaba mucho en lo que había hecho y en lo que tenía que hacer. Nunca estaba en el momento presente. Así su escucha no era interesada. Estaba interesada en muchas otras cosas que debía hacer más tarde. Pero, más tarde, cuando estaba haciendo esas cosas, su mente volvía a pensar en otros quehaceres. En fin, no se vivía el presente. 

Ricardo observaba que, cuando se vivía el presente, el tiempo pasaba rápido. Era una bendición. Cuando no se vivía el presente, el tiempo pasaba lento, tedioso, aburrido e insoportable. Desde ese punto de vista, entendía mejor la frase “si no os hiciereis como niños no entraréis en el Reino de los Cielos”. Era volver a ser niños desde una escucha interesada. 

Así debíamos evitar “estar en una conversación y pensar en lo que habíamos hecho o en lo que teníamos que hacer”. Era perderse en el presente, parar el tiempo, vivirlo como si realmente no pasara el tiempo. Toda una alegría que nos daba la sensación de que el tiempo realmente no corría. Era volver a vivir la pasión de la aventura, la ilusión de la presencia, el entusiasmo de la vida.

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