Samuel estaba jugando en su cabeza con la palabra “fe”. La había escuchado en ámbitos religiosos. Notaba que no se utilizaba en la vida diaria. Las conversaciones de las personas, normalmente no la utilizaban en los asuntos domésticos y familiares. En cambio, sí observaba que salía una parecida “confianza”.
Así jugaba en su mente y buscaba la relación entre “fe” y “confianza”. Buscó en los libros y en los diccionarios. Al fin descubrió la relación entre las dos. La palabra “confianza” procedía de la palabra “fe”. De la palabra “fe” derivaba la palabra “fiar”, “fiarse”. Eso de “fiarse” ya era más normal, más coloquial, mejor entendido.
De la palabra “fiar” derivaba la palabra “confiar”. Confiar en los mayores, confiar en el maestro, confiar en las personas de palabra, confiar en los padres, era asunto cotidiano. Así se concluía que “confianza” derivaba de “confiar” y tener "confianza" era esencial en nuestro interior para estar tranquilos y seguros. Había escuchado expresiones de seguridad: “tengo la firme confianza de que esa persona no nos va a defraudar”.
Había vivido en muchas ocasiones el papel tranquilizador de la palabra “confianza” vivida en diversos contextos. Tener “confianza” era tener “fe”. Así que, muchas veces, utilizaba una palabra por otra. La palabra “confianza” le ayudaba mucho a comprender. Daba paz, tranquilidad, sosiego. Eliminaba inquietudes, ansiedades, miedos internos.
Era muy diferente “tener confianza” o “no tener confianza”. Era todo un mundo para la mente. Era todo un mundo para el cuerpo. Eran dos experiencias opuestas. Era la paz o la guerra. Era la tranquilidad o la inquietud. Era un mundo sólido o un mundo que se rompía dentro de nosotros. Con esa visión leía los planteamientos que se hacían sobre la presencia o falta de “fe”, es decir, de “confianza”.
El tema sobre el que se aplicaba la “fe” radicaba en la consideración de la diferencia o unidad de las personas. ¿Eran diferentes al tener cuerpos distintos o bien tenían una conciencia, un espíritu, un amor común, a pesar de tener cuerpos distintos? Las diferencias de esa consideración eran las siguientes:
“La falta de fe siempre limita y ataca”. “La fe desvanece toda limitación y brinda plenitud”.
“La falta de fe siempre destruye y separa”. “La fe siempre une, sana”.
“La falta de fe interpone falsedades entre el Hijo de Dios y Su Creador”. “La fe elimina todos los obstáculos que parecen interponerse entre ellos”.
“La falta de fe está dedicada a las falsedades”. “La fe, totalmente a la verdad”.
Samuel veía que una confianza serena, tranquila, responsable, reflexiva y comprensiva siempre conllevaba la unión, la sanidad, la plenitud, la verdad interna y la visión de unidad entre todos. Una aspiración de su alma interna. En su pensamiento concluía que los efectos de la “confianza” vibraban con sus anhelos de unión de su alma.
Estaba en él optar por la “confianza”. Sus resultados eran evidentes. Tranquilo, sereno, meditando, se entregaba a ese campo de unión donde todas las personas, a pesar de sus diferentes apariencias corporales, vibraban, sentían, vivían la misma unidad, el mismo ser, la misma conciencia de existir. Una maravilla de unión global.
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