sábado, diciembre 24

LA CURACIÓN DEL CUERPO ESTÁ EN LA MENTE

Benito estaba realmente preocupado. A un amigo suyo le habían diagnosticado una enfermedad muy grave. Todos los años, en que habían estado juntos, pasaban por su mente como momentos inolvidables llenos de significado y de gozo. Repetía su nombre dentro de sí y se abría a aceptar esa nueva realidad que le había sobrevenido. La vida tenía esas sorpresas en el camino. 

No acertaba a comprender esa realidad en un hombre aparentemente apacible, tranquilo y amigable. Siempre la paz lo envolvía y sabía apreciar, con sus palabras, las aportaciones que le hacían y que compartía. Sin embargo, Benito descubría, detrás de esa apariencia, un carácter preocupado y muy sentido. Como hombre lo disimulaba. 

Esa fina sensibilidad interna lo hacía sufrir. Nadie lo sabía. Se lo callaba. Y ese silencio le explotaba en las manos con esa enfermedad. Benito había leído mucho sobre la influencia de la mente en el cuerpo. Las circunstancias de la vida iban pasando factura ante un carácter sensible y profundo. 

Al repasar todos los inconvenientes que había tenido que enfrentar su amigo, Benito veía posibles elementos que le habían afectado sentimentalmente. Ciertos reveses le habían dejado huella. No lo había podido soportar. Parecía que sí. Pero, el azote de la enfermedad revelaba ese suplicio interior que había padecido. 

Benito sentía que, además del tratamiento médico, su amigo necesitaba un buen consejero, un buen psicólogo amigo, una buena alma en quien pudiera desahogarse y sacar todo lo que su corazón tenía dentro. No era fácil compartirlo con la familia. No quería ofrecer una carga más al peso ya soportado de la enfermedad. 

Sin embargo, vibraba, en sus manos, la idea de que la solución estaba en la mente, en la forma de enfrentar la vida, en el manejo de ciertos problemas internos que había callado para él solo. La medicina había emprendido su camino totalmente centrada en el cuerpo. No tenía presente las actitudes, las sensibilidades, los planteamientos ni las visiones de vida. 

Realmente los médicos no estaban preparados para esa disciplina. Cuando los síntomas de una enfermedad, por tratamiento de la mente, habían desaparecido, la única explicación que la medicina tenía era una palabra. Los síntomas “han remitido”. La “remisión” era toda su explicación. Palabra que utilizaban para no explicar los motivos por qué había remitido. No lo sabían. 

Benito se aferraba a esa idea con aquellas afirmaciones que encontraba: “La transigencia que inevitablemente se hace es creer que el cuerpo, y no la mente, es el que tiene que ser curado”. 

“Pues este objetivo dividido ha otorgado la misma realidad a ambos, lo cual sería posible sólo si la mente estuviese limitada al cuerpo y dividida en pequeñas partes que aparentan ser íntegras, pero que no están conectadas entre sí”. 

“Esto no le hará daño al cuerpo, pero mantendrá intacto en la mente el sistema de pensamiento falso”. 

“La mente, pues, es la que tiene necesidad de curación. Y en ella es donde se encuentra”. 

Benito reforzaba esa idea con los casos de curación de enfermedades que tenían un porcentaje alto de reincidencias o recidivas, es decir, volvía a aparecer la enfermedad. La enfermedad se repetía porque la había causado la mente. Si la mente seguía con la misma línea de planteamientos y actitudes, la enfermedad volvía a aparecer. 

Benito cuidaba su mente, cuidaba sus pensamientos, cuidaba sus actitudes. Se repetía que “la fe era lo opuesto al miedo, y formaba parte del amor tal como el miedo formaba parte del ataque. La fe era el reconocimiento de la unión. Era el benévolo reconocimiento de que cada hermano era un Hijo de tu amorosísimo Padre, amado por Él como lo eras tú, y por lo tanto, amado por ti como si fueses tú mismo”. 

Benito quedaba en silencio. Se aplicaba esas afirmaciones. Si las circunstancias se lo permitían, lo compartiría con la familia de su amigo para alcanzar la curación donde estaba: en la mente.

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