domingo, diciembre 25

LA FE TRANSFORMADORA

Guille estaba pensando en esa palabra que tanto le atraía. Era algo que nacía de sus entrañas. Su corazón latía de una forma especial cada vez que resonaba en su garganta, cada vez que se deslizaba a través de su pensamiento. La palabra tenía su poder: “transformación”. Podía tener sinónimos como “superación”, “desafío”, “reto”, etc. Pero, esa palabra conectaba con las células internas de su corazón. 

Desde sus doce años, iba esa palabra con él. Le acompañaba en sus lecturas. Buscaba, afanoso, obras que le abrieran caminos. Deseaba vivirla de un modo práctico en su vida. No quería tenerla como conocimiento reflexivo allá en su almacén de palabras conocidas pero no vividas. Valía la pena experimentarla y sentirla en su desarrollo personal. 

Cierto día leyó que la vida era como un puente entre dos orillas. En una orilla estaba la naturaleza instintiva humana que nos asemejaba al reino animal. En la otra orilla estaba la invitación a ser ángel, eterno, grandioso, amoroso y fabuloso. Esas dos fuerzas nos atraían y en cada momento, el ser humano decidía. 

Guille pensaba en la transformación del gusano de seda en mariposa. Era una imagen real de transformación. El gusano había desaparecido. Una mariposa se había creado en su interior y también en su exterior. Una sorpresa a la que se sentía llamado. Así conectaba la mariposa con esa atracción de la orilla del puente a ser ángel y ángel eterno. 

“Tener fe es sanar. Mediante la fe, ofreces el regalo de liberación del pasado que recibiste. No te vales de nada que tu hermano haya hecho antes para condenarlo ahora. Eliges libremente pasar por alto sus errores, al mirar más allá de todas las barreras que hay entre tú y él y veros a los dos como uno solo”. 

Guille recordaba ese acto de fe como la mejor forma de producir la transformación. Recordaba a su madre cómo confiaba en él. Le decía, en muchas ocasiones, que debía sacar ese enorme potencial que tenía dentro de él. Guille pensaba en esas palabras y se animaba mucho. Veía el cariño de su madre y las posibilidades que tenía. 

Guille veía también esa fe en su novia. También confiaba en él. Le decía que estaría siempre a su lado para emprender todas las aventuras que la vida les deparara. Estuvo a su lado en sus decisiones difíciles. Le siguió y siempre fue un hálito de fuerza en todos y cada uno de los momentos intensos que se presentaron. 

Recordaba a su director, en sus primeros años de profesor. Siempre le abría nuevos horizontes y le espoleaba a seguir sacando las hermosas potencialidades que veía. Ahora, a la distancia, Guille estaba en deuda con todas esas personas que tuvieron fe en él. Se fue desarrollando de una forma inesperada. 

Sabía que había llegado gracias a su esfuerzo, a su dedicación, a sus sabias decisiones. Pero, sobre todo, entretenía en su corazón la mirada especial de todos aquellos que vieron algo especial en él y se lo hicieron notar de muchas maneras. La transformación le había alcanzado por esa fe que brotaba de un corazón bondadoso lleno de amor. 

Guille repetía la misma acción que recibió con todos aquellos que se cruzaban en su camino. Trataba de espolear, con esa misma fe, las grandes cualidades que tenían y anidaban en el interior. Un proceso de transformación que se realizaba en un intercambio de comprensión, apoyo, entusiasmo y amor. 

Sólo unos ojos llenos de fe veían lo que los ojos sin fe no captaban ni observaban. Guille miraba al cielo con sus ojos y se quedaba pensando lleno de agradecimiento. ¡Bendita fe que había llegado! ¡Bendita fe que había compartido y compartía!

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