Antonio estaba recordando su primer encuentro comarcal juvenil con jóvenes venidos de toda la provincia. Era la primera vez que salía de su ciudad para asistir a un encuentro tan multitudinario. Eso le motivaba. Le llenaba de ilusión. Asistiría junto a sus amigos.
El viaje, los preparativos, la convivencia, la posibilidad de entrar en contacto con otros jóvenes, la ilusión de viajar, dormir en un albergue, charlar tranquilamente, eran actividades que le ilusionaban. El tema del encuentro estaba en torno a la paz. Todos los oradores abordarían ese tema desde diferentes puntos de vista.
Las charlas y discusiones posteriores serían estupendas y clarificadoras. Antonio notaba la energía de la vida bullir en su interior. Unas ganas de cambiar el mundo circulaban por sus venas. Un deseo de mejorar las relaciones era su objetivo, ilusión y desafío motivador. Se incorporaba a la vida y no aceptaba muchas ideas recibidas de los mayores.
Una persona mayor le repetía una idea. “Ya verás que ese deseo de cambiarlo todo se irá diluyendo a medida que te vayas haciendo adulto”. Antonio se revolvía en su interior. No lo comprendía. Ahora, desde la atalaya de ser abuelo, notaba que esa energía continuaba viva todavía. Todo se podía mejorar. Todo nos pedía una mayor comprensión.
Antonio escuchó a los diversos oradores del encuentro. Tenía una idea en su interior sobre la esencia de la paz. El último orador le sorprendió. Expuso esa idea que pululaba en su alma: “La paz no estaba fuera del ser humano. La paz nacía en el interior. La guerra del exterior era una proyección de la guerra del fondo del corazón”.
Se quedó sorprendido. A lo largo de los años fue masticando aquellas reflexiones coincidentes en el orador y en él. “Te has identificado con eso que odias, el instrumento de venganza y la aparente fuente de tu culpabilidad”.
“Le has hecho este mal a tu cuerpo: lo proclamas como la morada del Hijo de Dios y luego haces que se vuelva contra su Creador”.
“Éste es el anfitrión del Padre que tú has engendrado”.
“Y ni el Padre, ni su santísimo Hijo pueden hospedarse en una morada donde reina el odio, y donde tú has sembrado las semillas de venganza, violencia y muerte”.
“Las mentes están unidas, pero no te identificas con ellas”.
“Te ves a ti mismo encerrado en una celda aparte, aislado e inaccesible, y tan incapaz de establecer contacto con otros como de que otros lo establezcan contigo”.
“Odias esta prisión que has construido, y procuras destruirla”.
“Pero no quieres escaparte de ella ni dejarla indemne y libre de toda culpa”.
“Sin embargo, esa es la única manera de escapar”.
“La morada de la venganza no es tu hogar”.
“El lugar que reservaste para que albergase tu odio no es una prisión, sino una ilusión de ti mismo”.
Antonio veía reflejadas en las líneas anteriores la dirección de aquel orador y la dirección de sus propias intuiciones juveniles. Le encantaba descubrir que no estaba en una prisión. Era un pensamiento falso en su mente. El alma juvenil de Antonio seguía, seguía en su afán de ir comprendiendo la bondad de las personas, las dificultades surgidas y los inconvenientes superados.
La felicidad renacía en su rostro, en su mirada, en la confianza que proyectaba desde el fondo de su alma. Siempre había un camino mejor esperándonos a nosotros para caminar por él. La ilusión de la prisión la creábamos nosotros. La ilusión de esa prisión podíamos quitarla y destruirla de la misma manera. No existía. Y un hálito de buena voluntad inundaba nuestra alma.
Y con su enorme felicidad comprensiva nos aligeraba, de inmediato, de la carga.
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