Lucas se quedaba totalmente sorprendido. Sabía que era un ser que tenía una capacidad de aprender ilimitada como todos los seres humanos. Lo peculiar de la situación era que debía aprender cosas que él ya creía que dominaba muy bien y no había que pensar en ellas. Así, cuando su profesor le dijo que debía aprender a escuchar, no se lo creía.
Había estado escuchando desde su niñez a todas las personas. Las personas mayores le daban lecciones. Recibía también sus correcciones cuando disentía de ellas. La frase típica siempre se repetía. No se debe discutir con los mayores. Se les debe respeto. Ellos siempre tienen razón.
Lucas disentía de esa frase tópica cuando se aplicaba de forma indiscriminada a todo ser mayor. Había escuchado a algunos de ellos y los había descubierto totalmente equivocados. La edad no podía dar esa pátina de verdad que realmente no poseían. No quería contribuir a esa apariencia de respetar a los mayores a pesar de sus equivocaciones.
Su mente se revolvía y no lo admitía. Vio que la edad solamente no daba esa sabiduría que le atribuían a todos los mayores. Había que escucharlos de forma aparente, pero no estaba de acuerdo con algunas de sus manifestaciones. Así que, desde muy joven, Lucas aprendió el truco de dejar el rostro, la cara, la apariencia, y pensar en su interior otras cosas más adecuadas, según él.
Lucas veía, en ese sentido, la idea de "que debía aprender a escuchar". Una forma de romper la dualidad de la apariencia y de la realidad interior de la mente. Una dualidad que se reproducía cuando alguien te hablaba de algún tema y la mente de uno se hallaba lejos de ese tema que le estaban manifestando.
Lucas entendía que era solamente una escucha “aparentemente educada”. Pero, en realidad, no había encuentro. No había escucha. No había atención e importancia al tema ni a la persona. En algunos momentos había sentido ese tipo de escucha por parte de alguien a quién él consideraba importante. Los resultados anímicos eran desastrosos.
Esa falta de escucha provocaba en él una desvalorización muy fuerte. No se sentía importante. Veía que no le importaba para nada al otro. Lo consideraba en su camino más bien como un obstáculo que una ayuda en su quehacer diario. Lucas veía el daño que ese tipo de escucha ocasionaba en su mente, en su corazón, en su ánimo y en sus ideas.
Tomaba el reto de aprender a escuchar. No podía hacerlo dividido. No podía llevarlo a cabo con descuido. Era menester prestar toda la atención a la persona que deseaba comunicarse con la otra persona. Lucas reconocía que, en ocasiones, presa de la prisa, había dejado a algunas personas con la palabra en la boca.
Revisaba sus actitudes, sus experiencias, las ideas que estaban allí escritas. Escuchar a un ser humano era el acto más generoso que podíamos ofrecer a una persona. Veía que el otro se sentía bien, muy bien. Observaba que, sin haber podido solucionar del todo el problema, la persona se marchaba muy contenta, muy agradecida por haberse sentido escuchada.
Lucas entendió que debía aprender a escuchar. Una compañera de trabajo se lo enseñó. Un día estaba en su despacho de dirección. Una de las profesoras fue a visitarlo. Lucas trató de ser amable y correcto con ella. La invitó a sentarse. La profesora le pidió que guardara silencio. Le sugirió que no la interrumpiera. Quería compartirle algo.
Durante veinte minutos estuvo expresándose, compartiendo, entrelazando ideas y argumentos. Dejando alguna lágrima salir. Sollozos de vez en cuando. Pero, la cadena de sonidos ininterrumpidos seguía saliendo de aquella boca, de aquella alma, de aquella persona aplastada por su visión personal.
Lucas oía con mucha atención sin perder ni un ápice de aquella valiosa información. La persona terminó. Lucas se dispuso a compartir. La profesora, con afecto y con suavidad, le indicó que solamente necesitaba que alguien la escuchara. Lucas lo entendió. Captó la paz cómo había bajado sobre aquella alma. Sintió la liberación de una trampa abierta y solucionada.
Nunca pudo olvidar ese aprendizaje que es tan fácil de llevar a cabo. Escuchar a una persona con toda nuestra atención es el mayor regalo humano que podemos compartir con nuestros familiares, con nuestros compañeros, con nuestros amigos, con todas aquellas personas que nos cruzamos en nuestro tránsito diario.
Lucas pensó que era muy bueno aprender a escuchar. Y escuchar sin pensar en otra cosa. Eso les devolvía la paz a las personas. Era la medicina ideal para el alma.
Gracias José Aniorte...escuchar si es un acto tan importante para la persona que lo hace, como para que hablar. Los beneficios para ambos son un tesoro visible y de mucho valor... Compártelo y ayúdate y a otros a crecer.
ResponderEliminarUn acto de unión, de alegria, de valoración y de sanidad. Gracias por tu hermoso apoyo. Continuaremos unidos.
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