Luis reconocía lo despistado que había estado en ciertos momentos de su juventud. Había una fuerza en su interior que no acertaba a definir. Un empuje que lo lanzaba hacia cierto campo de visión. Estaba buscando su lugar de trabajo y, al mismo tiempo, su función en la vida para llevar a cabo su realización.
Le faltaba el final, la idea que lo orientara entre todas las posibilidades que la vida le ofrecía. Tener un objetivo definido encontraba que era necesario. Tener una concreción de sus aspiraciones era vital para dar forma a su vida y a sus esfuerzos. Tenía fuerza interior y quería dedicarla toda a ese objetivo.
Desde los doce años estaba en el mundo del trabajo. Empezó en una oficina de un agente comercial. La necesidad de llevar dinero a casa no le hacía preguntarse si le gustaba o no lo que hacía. La responsabilidad pesaba. Y, como buen hijo, trataba de sacar de la situación lo mejor que podía. Aprendió mecanografía, aprendió a realizar gestiones en los bancos con su corta edad.
Así fue creciendo buscando los empleos que le aseguraran un trabajo futuro. Ese trabajo nunca pesaba por lo que realmente su interior ansiaba. La necesidad del dinero cerraba toda puerta a la fuerza del corazón. Deseaba estudiar. Se casó y juntamente con su esposa dispusieron irse a estudiar a la Universidad.
Su mundo se iba conformando y sus esfuerzos se dirigían, ahora sí, a encontrar el eco de sus ansias del alma. Ganar dinero era una parte de la necesidad. Encontrar su función era la otra. Se daba cuenta, ahora a la distancia, que con esa función resuelta todos sus esfuerzos se encaminaban a la consecución de sus metas.
La lección la había aprendido y quería desarrollarla: “Así pues, lo único que el mundo requiere para poder sanar es tu curación. Sólo necesita una lección que se haya aprendido perfectamente. Y, de esta manera, cuando tú la olvides, el mundo te recordará dulcemente lo que le enseñaste”.
“Debido a su agradecimiento, no dejará de prestarte apoyo a ti que te dejaste curar para que él pudiese vivir. Invocará a sus testigos para mostrarte la faz de Cristo a ti que les trajiste la visión, gracias a la cual la presenciaron”.
“El mundo de acusación es reemplazado por otro en el que todos los ojos se vuelven amorosamente hacia el Amigo que les trajo su liberación. Y tu hermano percibirá felizmente los muchos amigos que antes consideraba enemigos”.
Luis se daba cuenta que sus decisiones no solamente influían en su vida. También influían en cada persona que se cruzaba en el camino. Admitía que formaba parte de un todo. Todos nos influenciábamos los unos a los otros. El ejemplo era decisivo. Las victorias compartidas. Los reveses minimizados porque siempre había, sin duda, una salida.
Esa fuerza de tener claro el objetivo, la meta. Esa fuerza de llevarlo a cabo con alegría. Esa confianza que compartía con su esposa y con sus familiares y amigos. Esos resultados que le llenaron su vida de sus logros. Esos esfuerzos cuando sus ánimos decaían. Todo eso formó el conjunto de relaciones en forma de redes que compartía con todos.
Y ese entusiasmo se transmitía, se compartía, se vivía, se celebraba y nuevas energías nacían. Saltaban de su interior y contagiaban, por todas las redes de relación, a todas las personas con las que estaba en comunicación. La decisión de curarse repercutía en todos los demás. Y por su curación la llama de la esperanza en muchos corazones nació.
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