Abel entendía que había expresiones que se repetían, pero que no llegaban del todo a entenderse en su esencia. A veces se oía: “este mundo es malo”, “es lo que tenemos, es el mundo”, “no hay vuelta, así es el mundo”. Expresiones que no siempre daban en la diana. Solamente se indicaba un poco la contrariedad de algunos momentos y de algunas experiencias.
Sin embargo, ¿dónde estaba la raíz de los inconvenientes de tantos tipos diferentes de personas, de actitudes, de compañeros y de nacionalidades que era difícil encontrar esa esencia que nos diera una idea de lo que realmente representaba ese mundo?
Algunos sabios decían: “no os conforméis al mundo”. Y en el mundo había de todo. Estábamos en el mundo. Muchas personas nos amaban, nos apreciaban, nos querían y nos daban su vida. Esas personas vivían junto a nosotros y disponíamos de buenos amigos con los que jugábamos y con los que nos sentíamos felices.
En muchas ocasiones, Abel se preguntaba cuál era la esencia de ese mundo del que con insistencia se decía que debíamos salir de él. La lectura siguiente le dio un rayo de luz en la comprensión del mundo: “El “razonamiento” que da lugar al mundo, sobre el que descansa y mediante el cual se mantiene vigente es simplemente éste:”
“Tú eres la causa de lo que yo hago. Tu sola presencia justifica mi ira, y existes y piensas aparte de mí. Yo debo ser el inocente, ya que tú eres el que ataca. Y lo que me hace sufrir son tus ataques”.
“Todo el que examina este “razonamiento” exactamente como es se da cuenta de que es incongruente y de que no tiene sentido. Sin embargo, da la impresión de ser razonable, ya que ciertamente parece que el mundo te está hiriendo. Y así, no parece necesario buscar la causa más allá de lo obvio”.
Abel leía y releía el argumento de lo que es el mundo: “Tú eres la causa de lo que yo hago. Tu sola presencia justifica mi ira, y existes y piensas aparte de mí. Yo debo ser el inocente, ya que tú eres el que ataca. Y lo que me hace sufrir son tus ataques”.
Abel se preguntaba a sí mismo dónde estaba su responsabilidad, su parte en el proceso, su libertad en el encuentro. Si éramos todos inocentes, no había nadie culpable. En cambio, cualquier detalle que una persona interpretara como ataque era suficiente para condenar al otro, mostrarle nuestra ira. Y todo ello sencillamente porque no pensaba igual que nosotros.
Y eran los otros los que nos hacían sufrir. Por fin se daba cuenta de tanta irresponsabilidad en el planteamiento y en las razones que nos impelían a enfadarnos y mostrar nuestra disconformidad gritando, insultando y despreciando.
El planteamiento oportuno era diferente. Cada persona merecía nuestro respeto. Cada persona era digna de nuestra admiración. Cada persona, según sus circunstancias, tenía sus pensamientos. Había que aceptarlos y respetarlos. Nadie nos podía herir excepto nosotros mismos. Nadie estaba obligado a seguir la manera de pensar de nadie. Cada uno tenía su propia libertad.
Abel se decía a sí mismo: “ahora entiendo la frase de - estáis en el mundo, pero no sois del mundo -”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario