Josué pensaba en una de las épocas donde se repetía de una forma muy normal que la gente era moderadamente feliz. Se tenía alergia a expresar que éramos felices. Lo único que la vida podía darnos era una felicidad moderada, tranquila, relajada. Era algo así como pasable.
Desde su interior sentía que era algo prohibido por la tendencia social. Así que lo mejor, cuando se preguntaba a alguien por su estado, era responder la palabra no significativa: “estoy bien”. Una manera de ser educado, pero se ponía la barrera para no decir nada.
Le llamaba la atención esa aversión a expresar que se estaba contento, que se estaba feliz, que se estaba bien consigo mismo y que se podía compartir sin ningún problema. Sabía del morbo social que se provocaba con los accidentes, con los reveses y con las malas noticias.
Una anécdota le llamó la atención. En la ciudad de Nueva York se editó un periódico con una línea editorial muy estupenda. Todo eran buenas noticias. Ninguna noticia negativa se incrustaba en su información. Duró apenas una semana. Nadie lo compraba. A nadie le interesaba. Josué concluyó que solamente eran interesantes las malas noticias.
La morbosa y perversa curiosidad se centraba en lo malo. Alguien indicó que era una manera de sentirse superior a esas personas que lo pasaban mal. Un disfrute interno de las personas que pasaban malos momentos en algunas ocasiones.
Era cierto que lo malo despertaba compasiones, comprensiones y apoyos generales para ayudar y compensar con buenos mensajes las situaciones adversas. Pero no era menos cierto que compartir alegrías también ensanchaba nuestros pulmones y nuestros corazones.
En esa época de repulsión a la felicidad, lo negativo campaba entre las personas y eran las noticias que corrían en los corrillos, en los periódicos, en las televisiones y en todos los medios de comunicación. Su repetición machacaba de continuo para hacernos refrescar la mente que estábamos en este mundo para sufrir y para ver sufrimiento.
“Sufrir es poner énfasis en todo lo que el mundo ha hecho para hacerte daño. En esto puede verse claramente la versión descabellada que el mundo tiene de la salvación”.
“Al igual que en un sueño de castigo en el que el soñador no es consciente de lo que provocó el ataque contra él, éste se ve atacado injustamente, y por algo que no es él”.
“Él es la víctima de ese “algo”, una cosa externa a él, por la que no tiene por qué sentirse responsable en absoluto. Él debe ser inocente porque no sabe lo que hace, sino sólo lo que le hacen a él”.
“Su ataque contra sí mismo, no obstante, aún es evidente, pues es él quien sufre. Y no puede escapar porque ve la causa de su sufrimiento fuera de sí mismo”.
Josué veía que la función del sufrimiento no era oportuna. Un cuerpo contento, feliz, permitía que todas sus funciones orgánicas se realizaran más fácilmente. Le dabas felicidad al cuerpo y el cuerpo te la devolvía en forma de perfecto funcionamiento.
Así que el proyecto de salvación a través del sufrimiento iba en contra del funcionamiento normal. También le había quedado en su interior la última afirmación que había leído: “Y no puede escapar porque ve la causa de su sufrimiento fuera de sí mismo”.
Josué agradecía al cielo el descubrimiento de que nadie nos podía hacer sufrir excepto nosotros mismos. La causa del sufrimiento siempre estaba centrada en nuestra actitud, en nuestra forma de considerar los reveses de la vida. Sin ser totalmente conscientes, el sufrimiento partía de nosotros mismos. La causa del sufrimiento era nuestra actitud.
Josué aprendió a cambiar la actitud y la causa del sufrimiento nunca estaba fuera de sí mismo. Sabía que podía cambiar su actitud y en ella estaba la solución. La felicidad estaba en nuestras manos. Podíamos ser completamente felices si así lo decidíamos.
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