Enrique entraba poco a poco en la comprensión de la meditación. En un inicio creía que era centrarse en un tema, en un asunto. Era como dejarlo sencillamente quieto y dejar que la mente lo estudiara desde diversos puntos de vista. Sin embargo, no era eso, con precisión, lo que ofrecía la meditación.
La meditación se aplicaba a la mente. Nuestra mente era intensa, continua, constante, imparable y, en ocasiones, insoportable. Le daba vueltas a todo. Se fijaba en aquellas ideas que temíamos. Y, cuanto más las temíamos, más vueltas les daba y más las magnificaba.
Era como tener a nuestro propio enemigo dentro de nosotros. Era como derrotarnos con nuestros miedos ante la batalla del día, las incidencias que debíamos afrontar. Recordaba la afirmación de un sabio: “los hombres pueden ser vencidos de dos maneras: de forma física y de forma anímica”. La mente era la vía para ser vencidos de forma anímica.
La especificidad de la meditación era dejar de focalizar ideas, dejar de centrarse en esos conceptos que nos herían y molestaban. Enrique iba descubriendo que, a medida que no les prestaba atención a esas ideas, su poder disminuía. Su mente las dejaba pasar sin causar tanto daño en el sentimiento. Era como quitarse un peso de encima.
El pensamiento se liberaba y permitía que una nueva alegría lo llenara y entonces el vacío de los pensamientos eran reemplazados por la luz, la paz, la ilusión y la verdad. Momentos de paz que disfrutaba. La meditación no era cargar con nuevas visiones. La meditación trataba de aligerarlos y dejarlos marchar.
“Un espacio vacío que no se percibe ocupado y un intervalo de tiempo que no se considere usado ni completamente empleado, se convierten en una silenciosa invitación a la verdad para que entre y se sienta como en casa”.
“No se puede hacer ningún preparativo que aumente el verdadero atractivo de esta invitación. Pues lo que se deja vacante Dios lo llena, y allí donde Él está tiene que morar la verdad”.
“La creación es un poder que no se puede debilitar y que no tiene opuestos. Nada puede apuntar a lo que está más allá de la verdad, pues, ¿qué podría representar a lo que es más que todo? El verdadero reemplazo de los pensamientos por el vacío, no obstante, tiene que ser benévolo”.
Enrique entendía muy bien que ese dejar marchar a los pensamientos debía ser hecho desde la paz, desde la tranquilidad, desde el sosiego. La paz ofrecida podía dejar ir los pensamientos y atraer ese vacío que se llenaba de la paz de Dios. La paz atraía la paz. La paz invitaba a la paz. La paz se entendía muy bien con la paz.
Y la paz nos unía, nos llenaba de paz. Y, con esa paz, todo mal desaparecía. Toda confusión se evaporaba. Todo enojo se diluía. Toda tormenta se calmaba. Y todo enfrentamiento se resolvía.
¡Gloriosa meditación que con la paz nos liberaba, nos cambiaba, nos transformaba, nos permitía ver más claro, nos refrigeraba con sus aguas cristalinas y, llenos de felicidad, nos abrazaba.
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