Santiago se asombraba de la situación. La desconfianza había entrado en su corazón. Había algo que tenía con un amigo suyo que no lo aceptaba. Una curiosidad se le había colado por los intersticios y no lo estaba dejando vivir. Le parecía que esa curiosidad debía ser satisfecha sin ninguna dilación.
Tenía una excelente relación con su amigo. Tenía una comunicación genial. A pesar de todo, como un curioso implacable, no quería dejar pasar la ocasión de conocer aquel detalle que había decidido ya en su interior. La pregunta ya no tenía sentido. Por mucho que le dijeran, quería verificarlo.
El sentimiento dominaba la razón. El sentimiento de desconfianza mandaba. Esas actitudes iban en contra de la prudencia y de la sensatez. Sin embargo, Santiago creía que había llegado el momento y se decidió ir adelante. Lo curioso del caso es que no había sucedido nada y todo marchaba con toda normalidad.
“Todas las preguntas que se hacen en este mundo no son realmente preguntas, sino tan sólo una manera de ver las cosas. Ninguna pregunta que se haya hecho por odio puede ser contestada porque de por sí ya es una respuesta”.
“Una pregunta que se compone de dos partes, pregunta y respuesta simultánea, dan testimonio ambas partes de lo mismo, aunque en forma diferente”.
“El mundo tan sólo hace una pregunta y es ésta: “De todas estas falacias ¿cuál es verdad? ¿Cuáles inspiran paz y ofrecen dicha? ¿Y cuáles pueden ayudarte a escapar de todo el dolor del que este mundo se compone?””
“Independientemente de la forma que adopte la pregunta, su propósito es siempre el mismo: pregunta para establecer que el pecado es real, y las contestaciones que te ofrece requieren que expreses tus preferencias”.
“¿Qué pecado prefieres? Éste es el que debes elegir. Los otros no son verdad. ¿Qué quieres que te consiga el cuerpo que tú desees por encima de todas las cosas? Él es tu siervo y también tu amigo”.
“Dile simplemente lo que quieres y te servirá amorosa y diligentemente. Esto no es una pregunta, pues te dice lo que quieres y adónde debes ir para encontrarlo. No da lugar a que sus creencias se puedan poner en tela de juicio. Lo único que hace es exponer lo que afirma en forma de pregunta”.
Santiago pensaba lo que acababa de leer. Concluía que ninguna pregunta era válida. Sólo buscaba realizar lo que él ya había decidido en su interior. Así que bajo la forma de curiosidad se revelaba una decisión interior de su alma. Y el cuerpo, siempre tan generoso, se prestaba a ofrecerle la respuesta que buscaba.
Entendía que no había pregunta para conocer nada. Todas las preguntas eran inquietudes de su corazón. Por ello, debía resolver sus inquietudes en su interior y no aventurarse, bajo la forma de pregunta, a dejar la sensatez, la sabiduría y todos los buenos momentos de su ser.
Era algo así, como esperando encontrar grandes verdades, descubría las llagas interiores de su alma que le hacían sufrir y quedarse desolado ante la verdad de su pregunta. Santiago cerraba los ojos y pensaba con esa nueva luz que le había llegado a su alma.
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