viernes, febrero 19

EL DESEO UNIVERSAL DEL CORAZÓN HUMANO

Un nuevo visitante había llegado a la ciudad. Mis amigos me lo habían dicho. Venía de tierras lejanas. Tenía 28 años. Un muchacho bien parecido. Anchos hombros y rostro juvenil. Brazos fuertes y manos que estrechaban con fuerza en el apretón de manos. Sus ojos claros llamaban la atención por su belleza y por la tristeza que traslucían.

Abdomen bien marcado y una ropa elegante lo mostraban de calidad y de una buena conversación. Era un placer charlar con él. Llenaba con su sonrisa y con su aprecio la grata bienvenida del grupo que lo acogía. Un lejano familiar de uno de mis amigos. Nos lo iba presentando a cada uno y nos íbamos abriendo de forma natural las sonrisas, los gestos amables y un halo de gratitud por su presencia. 

Estuvo departiendo con todos. Unos comían, otros bebían, otros charlaban y algunas parejas danzaban en el centro de la pista. Una fiesta preparada para darle una cariñosa bienvenida al lugar y al grupo de amigos. Estuve siguiéndole con el rabillo del ojo. Era amable, sencillo, de palabra fácil y de sentimiento sensible por los detalles que exponía en su conversación. 

Estábamos todos contentos disfrutando de la compañía de nuestros amigos, y, en esa ocasión, de este nuevo miembro que se unía a nuestro grupo. Por fin, tuve la oportunidad de charlar con él. Nos fuimos conociendo e intercambiamos algunas ideas de nuestro concepto de la vida. En un momento, le comenté que lo veía muy abierto y muy encantador; sin embargo, había algo en sus ojos que ofrecía un misterio interior. 

Se quedó callado. Un silencio se erigió entre nosotros. Me preguntaba si había estado acertado por haberle hecho esa pregunta. Sé que soy muy osado y muy curioso, empáticamente hablando, del ser humano. Dimos unos pasos y nos sumimos en la penumbra de la noche. En la oscuridad donde la luna lucía y el horizonte se confundía, vislumbré esos ojos llenos con unas lágrimas que salían deslizándose por su rostro. 

Traté de disculparme por mi ineptitud de haberle provocado esa emoción. Movió la cabeza hacia los lados negando. Respeté su silencio. Me callé. Seguí mirando el camino apenas dibujado en la oscura noche y en las lucecillas de estrellas que titilaban en el manto estrellado del cielo. Estábamos él, yo, la Luna, las estrellas y una sensación universal que se erigía entre los dos. 

Poco a poco se fue calmando. Fue tomando aliento. Se iba reponiendo. Oía sus profundas respiraciones como partes de su emoción que se había hecho presente en sus ojos y en su corazón. Nos movíamos y sentía que sus suspiros se iban calmando y la naturalidad iba tomando otra vez el mando de su voz. 

Una vez serenado, me dijo que hacía poco había fallecido su madre. Un dolor inmenso había traspasado su corazón. Un vacío difícil de llenar. La necesitaba como su amiga, como la mano que siempre le había dado la fuerza, el cariño y el apoyo en todos los momentos de su vida. Ahora el desvalimiento era profundo. No podía contenerse cada vez que la emoción se le repetía en su vida. 

Continuó hablando y me confesó que se sentía feliz porque había sido capaz de captarle su interior. “Ahora que me siento solo, descubro que hay gente con cierta sensibilidad que me conoce, como mi madre, y me recuerda que hay personas maravillosas que me ayudan a recorrer mi camino con más sustento. Empiezo a notar que no estoy tan solo como suponía”. 

Su confesión me dejó sin palabras. Me ayudó a entender su emoción y la reflexión que había compartido conmigo. Le puse la mano en el hombro y poco a poco nos fuimos acercando para abrazarnos y sentir la fuerza de dos cuerpos presionados sintiendo la fuerza del cariño, del afecto y del amor. Estuvimos compartiendo la emoción, la confesión, su estado y la alegría de nuestra unión.

Sentimos un tiempo de calidad vividos por los dos. Vibramos sabiendo que no estábamos solos. Le dije: "todos los seres humanos tienen un tesoro en su interior. Y, como tal, debemos acercarnos con todo nuestro respeto, con todo el afecto y con toda la honra para compartir ese tesoro nuestro".

Me preguntó por qué era tan difícil que los seres humanos sintieran eso en cada ocasión. Me traspasó el corazón. Entonces le dije que la familia tenía en la humanidad su realización. "Tu madre te ha faltado, pero la humanidad tiene padres, madres, hermanos, hermanas e hijos para mostrarnos los unos a los otros ese cariño que necesita nuestro interior". 

Nos quedamos en silencio. Mirábamos el cielo, las estrellas, las sombras de la luna y el camino perdido en la oscuridad. Una mano en mi hombro y otra en su rodilla seguían con la conversación de amor compartido, sentido, comprendido y manifestado. La unión se fue afianzando y nuestros corazones siguieron hablando con su lenguaje de apoyo, cariño y pleno de amor.




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