Es cuestión de mentalidad. Si elegimos la mentalidad del miedo, de la separación, del poder de los demás, de nuestra pequeñez, de nuestro poco merecimiento y de la falta de confianza en nosotros mismos, hemos preparado el camino para la ofensa. Ya le hemos abierto la puerta. En cualquier momento, alguien puede tocar alguno de nuestros planteamientos. Y, si toca el camino de duda en nosotros, la ofensa está servida.
Entonces buscamos reparar la brecha. Luchar contra el osado que ha traspasado nuestros linderos y se ha encontrado delante de nuestra puerta para decirnos lo que no deseábamos oír. La comentamos con nuestros amigos del alma sintiéndonos la víctima de tal atentado contra nuestra integridad.
Como siempre, la causa está siempre en los demás. Eso piensa la mentalidad dividida y separada. Sufrimos. Nos comemos por dentro y guardamos la ocasión, para devolver, en forma de venganza, nuestro golpe final.
Y vuelta a empezar. Seguimos sin reparar la brecha. Seguimos con el camino abierto. Seguimos con el acceso directo a nuestra casa, hasta otra ocasión que un osado toca a la puerta con la misma cantinela que nos destruye otra vez.
Nos quejamos de nuestra mala suerte. Nos quejamos de nuestra adversidad. Nos quejamos de los momentos angustiosos. Nos quejamos de todos los demás que no tienen claro el respeto y la decencia de no traspasar los límites de nuestro interior.
Nos olvidamos de que hay otra mentalidad. Una mentalidad de confianza, de colaboración, de seguridad, de dignidad, de mano tendida y clara por la fuerza interna de que soy un Hij@ de Dios y que nada ni nadie nos puede quitar nuestra altura, nuestra realidad, nuestra dignidad y todas las miradas que Jesús nos ha regalado con su bondad.
No dejamos un camino abierto al interior. No hay dudas. No hay falta de amor ni de confianza. Las palabras de los demás no encuentran una entrada al carecer de debilidad. Y las palabras pronunciadas no tienen, en nosotros, ningún poder de verdad.
Estamos llenos. Compartimos de nuestra plenitud. Estamos unidos. Y Sentimos dentro de nosotros la confianza de la luz. La seguridad de la verdad. La tranquilidad de la justicia divina que todo lo pone en su auténtica dimensión. La paz es nuestro estandarte ante palabras carentes de realidad.
Y se cumplen, entonces, estas palabras: “Nada puede hacerte daño, y no debes mostrarle a tu hermano nada que no sea tu plenitud. Muéstrale que él no puede hacerte daño y que no le guardas rencor, pues, de lo contrario, te estarás guardando rencor a ti mismo. Ese es el significado de: - Ofrécele también la otra mejilla-”.
La mentalidad dividida no puede entenderla. Lo capta como elemento de debilidad. Sufre en su reacción. Sufre en sus pensamientos. Sufre y se ataca a sí misma: “te estarás guardando rencor a ti mismo”.
La mentalidad de plenitud la disuelve con toda comprensión. Proporciona paz al otr@ y así mism@. Se preocupa por el/lq otr@ y no por él/ella. Nada nos puede hacer daño y, en lugar de ataque, damos la otra mejilla porque esas palabras no son verdad.
Nada nos puede hacer daño. Nada nos puede enfrentar. Nada nos puede separar. La unión es una creación maravillosa. La gozamos, la vivimos y la disfrutamos con todas las fuerzas atractivas del corazón y con las manos unidas de todos los que nos rodean, nos conocemos y apreciamos.
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